Cultivó una forma de comunicación hoy desaparecida, pero eso no le impidió ser grande. En la radio, en la televisión y hasta en el teatro de revista, “Pinocho” supo defender un estilo blanco e ingenuo, que cultivó desde los años ’40 hasta la década del ’90.Cultor de un humor blanco e ingenuo, de modos tan cordiales a la hora de entrevistar a políticos y artistas que no hubo quienes lo tildaran de “adulador”, Juan Carlos Mareco falleció ayer a los 83 años en el barrio porteño de Palermo. Representante de una televisión y una radiofonía de estilos y lenguajes muy diferentes a los de la actualidad, al locutor, humorista, imitador, actor y cantor de tangos se lo recordará por siempre por apelar a desenfundar la sonrisa del público sin caer en las groserías, las malas palabras o la burla al otro. Entre los trabajos que marcaron una época en la cultura argentina, “Pinocho” alcanzó popularidad por haber sido durante años el presentador de El show del Topo Gigio (personaje al que inclusive llegó a prestarle su voz). Con El show de Pinocho, incluso, llegó a arañar los 60 puntos de rating, inmortalizando frases como “azul quedó” y “nunca más se supo”. Fue un “humilde sembrador de optimismo”, como él mismo se definió en algún reportaje.
Aunque ya en su Carmelo natal gustaba imitar a distintas figuras del espectáculo, al egresar del Liceo Naval Mareco viajó a Montevideo a estudiar Derecho. No fue por propia elección: la beca que le consiguieron los directores del colegio fue la única salida que encontró el joven para poder continuar con algún tipo de estudio. Sin embargo, el destino quiso que cierto día en que un profesor suyo había faltado, Mareco improvisara una imitación para sus compañeros con tan buen tino que el presidente de la Troupe Jurídico Ateniense, asombrado por lo que veía, lo terminó convocando al staff de artistas. Inmediatamente, Mareco supo que el humor era su lugar. Al poco tiempo ya estaba trabajando en la radio. Como su padre no quería saber nada con que abandonara la carrera de abogacía, Arthur “Wimpy” Núñez García, su tutor artístico, le propuso zanjar el problema con un seudónimo. Así fue que adoptó el de “Pinocho”, en homenaje al muñeco creado por Gepetto.
La repercusión que sus personajes y chistes alcanzaron en la radio uruguaya lo llevaron a que Wimpy le consiguiera un trabajo en radio Mitre, la emisora en la que debutó en suelo argentino en 1948. Tras un paso por radio Splendid, a comienzos de la década del cincuenta le llegó su programa propio con Pinocheando, por Rivadavia, un ciclo en el que iba a sentar las bases de un estilo que nunca abandonó: una alta dosis de humor, entrevistas relajadas y una pizca de información siempre matizada con una visión optimista sobre la realidad. A fuerza de un estilo cordial que lo hizo nombre en el recordado ciclo de Rivadavia titulado Cordialmente, Mareco desarrolló una prolífica carrera en el éter en programas como El Fontana Show, La vida y el canto, Sinceramente y Muy buenas, buenas.
Tras algunos pasos en falsos dados en la TV, su primer éxito en la pantalla chica fue en Canal 7, cuando en 1954 llevó adelante Gran Hotel Panamá, su primer ciclo en vivo, programa que fue seguido por La noche con amigos y Los amigos del tango. De todas maneras, el pico de popularidad lo iba a conseguir en la década del sesenta, cuando al pasar a Canal 13 condujo El show de Pinocho, ciclo que marcó su debut en la TV uruguaya en 1961. En 1966 Mareco cruzó la cordillera y se instaló en Santiago de Chile, donde animó Casino Philips con éxito. El regreso a Argentina no podía ser más auspicioso: con El show del Topo Gigio hizo uno de los programas más recordados, donde su estilo bonachón encajó perfecto para “entrevistar” al simpático personaje. Luego se sumarían otros ciclos de entretenimiento, como El tango del millón, Tango y goles, Homenaje, La feria de la alegría (desde Miami para Telemundo), Cordialmente (lo condujo durante siete años, entre ATC y el 13), La punta del ovillo, El show de Mareco y Viejos son los trapos.
La única vez que Mareco se animó a correrse del lugar de “conductor para toda la familia” fue con Claridad 74, un programa por radio Splendid en el que intentó que el público olvidara a “Pinocho” para que descubriera al hombre detrás de las bromas. Pero la experiencia del ciudadano Mareco no fue la mejor: tras ese programa y luego de un breve paso como interventor de Canal 9, entre 1974 y 1982 se tuvo que refugiar en Rosario porque nadie le ofrecía trabajo y el fantasma de la censura lo acechaba. Esos años se las arregló como pudo: vendió heladeras, fue productor de seguros y hasta aprendió yiddish para animar fiestas judías. Recién en 1983, paralelamente con la apertura democrática, pudo volver a trabajar en Buenos Aires.
La radio y el cine no fueron sus únicos medios. El teatro de revista lo acogió durante más de una década, en diversos espectáculos secundando a capocómicos de la talla de José Marrone, el Dringue Farías o Adolfo Stray. En el cine, prestó su humor naïf a La cigarra está que arde, Una ventana al éxito, Una americana en Buenos Aires, Su seguro servidor, El patio de la morocha, ¡Qué hermanita! y El otro yo de Marcela, películas en las que mostró las mismas credenciales que lo convirtieron en una figura central de la radio y la TV durante las décadas del 50 y del 60.
Alguna vez le preguntaron cómo hacía para despertar tantas emociones en la gente en medios tan diversos: “Debe ser porque soy un buen tipo. No hago daño. En mi programa de TV, en lugar de recolectar basura y mostrarla, nosotros mostramos cosas optimistas, pedimos audífonos para los chicos de las villas, sillas de rueda para necesitados, le cantamos a la vida, al folclore, al tango”. Fue justamente ese estilo el que lo llevó a que en los ’90 el locutor dejó de ser tenido en cuenta por los grandes medios. “Esta es una nueva generación, abunda el desenfado, la naturalidad y la locura. En mis tiempos todo era más controlado y no se podía decir ni la mitad de las cosas que hoy se dicen al aire. No me gusta que haya tanta mala palabra y grosería en la TV. Escucho a cómicos famosos decir que la gente pide eso. No pide eso... le dan eso”, señaló en una de sus últimas entrevistas. Toda una declaración de principios.
Emanuel RespighiFuente: Página 12
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