14 noviembre 2009

Y les contaré a tus hijos del Golpe





Para todos los hijos de los hombres y mujeres de la resistencia.

Quizás dentro de algunos años, bajo un árbol de almendro, posiblemente en una tarde soleada de abril, ya mi rostro de agua surcado por los hilos del tiempo, y cuando tal vez mis ojos ya no atrapen la luz y los colores y a mis rodillas se les haya fugado la fuerza y mi estancia en un silla la acompañen muchos ratos de silencio, entonces, tus hijos vendrán a mí, después de hacer su tarea, me besarán la frente, se recostarán en mi regazo mientras jueguen con mis trenzas y me pedirán que les cuente de la vez que a la patria le robaron el aliento.

Yo recobraré el brillo de mi parpadear lento, miraré donde se desgrane la risa de todos ellos; serán muchos o serán pocos, pero serán los suficientes como para retener en mi memoria, de la historia, aquellos tiempos.

Les contaré de aquel amanecer de junio, cuando la llamada sorprendió al abuelo y nos sentimos solos en los minutos suspendidos en el tiempo. Les contaré de su brazo con mi brazo, que fue el abrazo de todo un pueblo. Les contaré del hombre con sombrero que fue secuestrado por las anguilas del cieno, de mi pueblo maniatado por los cuervos. Describiré los días y noches sitiadas por el golpe y por la muerte.

Y en ellos crecerá la patria mientras yo siga contando; les hablaré de hombres y mujeres de pies alados y brazos en alto, de caminantes buscando la dignidad en marchas que como ríos infinitos bajaban de montañas, cruzaban praderas y hondonadas; de muchos que murieron y resucitaron y que junto a los inmortales los vi cruzar la calle; les diré que nunca vi tan junto a mí al Cristo proletario, que lo vi cargar junto a mi pueblo la agonía de mi patria.

Les diré que mientras volaba el avión de la esperanza y millares de hombres lo esperaban gastando de júbilo sus gargantas, vi caer la juventud en las garras de una bala. Isis Obed caía y los brazos de Morazán lo levantaban.

Y seguiré hablando con las palabras temblorosas de una anciana: vi un hombre y muchos hombres y muchas mujeres presos en una embajada, apuntados por la miseria humana, torturados, pero listos para morir viviendo en la batalla… Y así pasará el tiempo y quizás el más pequeño se quede dormido entre mis flácidos brazos y soñará que lucha como buen guerrero y con un puño en alto y en la otra mano la bandera de cinco estrellas luchará por defender a esa patria.

Y así pasará de un día al otro día. Quizás les cuente de las pesadillas en calles y avenidas; de toletes, bombas y gases mortales, de hombres que con su sangre escribieron las líneas más sublimes de la historia. Y de mis ojos correrán dos lágrimas silenciosas y ellos, con sus manos chiquitas, las enjugarán con gracia, mientras me digan:

-No llores, abuela. En nuestros brazos estará segura la patria. Sólo dile que nos espere, que aquí está la esperanza. Y vendrá otro día y yo estaré, como siempre, bajo el árbol de almendro, esperando para contar de la vez que cargamos juntos a la patria.

Debora Ramos Ventura

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