Me había jurado a mí mismo no volver a escribir sobre este figurón en los tiempos más próximos, pero, otra vez, la fuerza de los hechos puede más que mi voluntad. En este caso no se trata de mises, modelos y bailarinas elegidas a dedo (o con dedos) para el Parlamento Europeo ni de joyas como regalo de aniversario a jovenes “ragazze” poco más que adolescentes que tratan al primer ministro italiano por “papi”, término que no sé exactamente lo que quiere decir (mi fuerte no es el italiano hablado por las lolitas de allí), aunque prometiera mucho hasta para el menos atento de los exámenes. Tampoco se trata del pregonado divorcio del que, personalmente, dudo mucho que se acabe consumando porque los intereses materiales mutuos pesan y es grande el riesgo de que la comedia (si lo es) acabe en reconciliación y muchas horas de transmisión televisiva.
Lo que me sacó de mi relativo sosiego en relación al “padrone” Berlusconi es una sentencia del Tribunal de Milán que condena al abogado británico David Mills a cuatro años y medio de prisión por corrupción en acto judicial. Se afirma en la sentencia que Berlusc (así me ha salido, así lo dejo) sobornó en 1997, nada menos que con 600 mil dólares, a dicho abogado y que éste incurrió en “falso testimonio” con el objetivo de “proporcionar impunidad a Berlusconi y al grupo Fininvest”. La reacción de Berlusc es típica: “Es una sentencia absolutamente escandalosa, contraria a la realidad”. Y más: “Habrá recurso, habrá otro juez, y yo estoy tranquilo”. El lector notará esa referencia a “otro juez” que, por lo menos así lo leo yo, no pasa de un acto fallido que me permitiré interpretar de esta manera: “Habrá otro juez, al que yo trataré de sobornar”. Como sobornó otros antes, añado.
Me gustaría pensar que el fin de Berlusc se aproxima. Aunque para eso será necesario que el electorado italiano salga de su apatía, sea involuntaria o cómplice, y retome la frase de Cicerón que hace días recordé. Que la digan una vez y que se oiga en todo el mundo: “Demasiado abusaste de nosotros, Berlusc, la puerta está allí, desaparece”. Y si esa puerta es la de la prisión, entonces podremos decir que habrá sido hecha justicia. Finalmente.
José Saramago
Fuente: El cuaderno de Saramago
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