Que yo sepa (y sé muy poco) ningún animal tortura a otro animal y menos a un semejante suyo. Es cierto que se dice que el gato siente placer y se divierte a lo grande, atormentando al ratón que acaba de caer en sus garras y que solo devorará después de haberle molido bien las carnes en una forma particular de maceración, pero los entendidos en estas materias (no sé si los entendidos en gatos o en ratones) afirman que el felino, como un finísimo “gourmet” siempre en busca de las cinco estrellas cinco, está simplemente mejorando el sabor del manjar a partir de una inevitable ruptura de la vesícula biliar del roedor. Siendo la naturaleza tan varia y diversa, todo es posible. Menos diversa y varia, al contrario de lo que generalmente se cree, es la naturaleza humana. Torturó en el pasado, tortura hoy y, no nos queden dudas, continuará torturando en todos los tiempos futuros, comenzando por los animales, a todos, estén domesticados o no, y terminando en su propia especie, con cuyas agonías especialmente se deleita.
Para quienes se empeñan en la existencia de algo a que, con los ojos en blanco, se atreven a llamar bondad humana, la lección es dura y muy capaz de hacerles perder algunas de sus queridas ilusiones. Acaba de exponerse al conocimiento de la opinión pública uno de los más demenciales casos de tortura que podríamos imaginar. El torturador es un hermano del emir de Abu Darbi y presidente de los Emiratos Árabes Unidos, uno de los países más ricos del mundo, gran exportador de petróleo. El infeliz torturado era un comerciante afgano acusado de haber perdido un cargamento de cereales valorado en 4000 euros que el jeque Al Nayan (este es el nombre de la bestia) había adquirido.
O que pasó se cuenta en pocas palabras, aunque un relato completo exigiría un libro de muchas páginas. La grabación del video, de 45 minutos, muestra a un hombre de chilaba blanca golpeando los testículos de la víctima con un aguijón eléctrico, de esos que se usan para arrear al gado, que después le introdujo en el ano. A continuación le vertió sobre los testículos el contenido de un encendedor y le prendió fuego, echando luego sal sobre la carne quemada. Para rematar, atropella varias veces al desgraciado con un coche todo terreno. En el video se pueden oír los huesos partiéndose. Como se ve, un simple capítulo más de la ilimitada crueldad humana.
Si Alá no se ocupa de su gente, esto acabará mal. Ya teníamos la Biblia como manual para el perfecto criminal, ahora le toca el turno al Corán, que por el que el jeque Al Nayan reza todos os días.
José Saramago
Fuente: El cuaderno de Saramago
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