“Soñar es necesario, pero con la condición
de creer seriamente en nuestro sueño,
de examinar con atención la vida real,
de confrontar nuestras observaciones con nuestro sueño,
de realizar escrupulosamente nuestra fantasía.”
V. I. LENIN
de creer seriamente en nuestro sueño,
de examinar con atención la vida real,
de confrontar nuestras observaciones con nuestro sueño,
de realizar escrupulosamente nuestra fantasía.”
V. I. LENIN
Despedimos casi el primer decenio del siglo XXI con una coincidencia histórica: el año 2010, al mismo tiempo que señala el bicentenario de la independencia en Latinoamérica, completa la primera década de un particular momento político en el continente. El inicio —podríamos prever— de una nueva y definitiva emancipación.
“Luchas, poder, victorias democráticas, hegemonías plebeyas son conceptos que resumen las tendencias de la vida política del continente latinoamericano durante la última década. Pese a las marchas y contramarchas, no habíamos vivido una experiencia política con esas características y con una extensión territorial como la de este período”.1
Durante el siglo que nos precede, las estrategias históricas de la izquierda continental encontraron tropiezos que las fueron aislando, desmovilizando o reubicando en otros bloques. Aun cuando contaron en un momento luminoso con fuerzas alentadoras en su liderazgo —que condujeron a experiencias de profunda significación política como la Revolución Cubana, el gobierno de Salvador Allende e incluso el posterior ascenso de proyectos basados en presupuestos participativos, como el alumbramiento de Porto Alegre o la construcción del poder local en Chiapas—, la propia fragmentación de las fuerzas políticas y sociales que las posibilitaron contribuyó a la dispersión de una estrategia común. En otras palabras, crecieron huérfanas de un proceso de acumulación, reflexión y síntesis que las guiara.
No es de extrañar, entonces, que la urgencia de rescatar la praxis intelectual del lado de los procesos sea un reclamo constante en el actual panorama. En estos últimos días de noviembre, Casa de las Américas reunió en La Habana más de una decena de cientistas sociales, economistas, profesionales de los medios de comunicación de distintos países de la región, bajo una convocatoria: La América Latina y el Caribe entre la independencia de las metrópolis y la integración emancipatoria. La mayoría de las reflexiones advirtieron que el análisis de los procesos emancipadores actuales no puede ser hecho al margen del análisis del imperio. No obstante, aun cuando la decadencia irreversible del modelo capitalista —planteada no ya por sus opositores, sino por sus propios think tanks— haya sido un punto de partida, como es habitual en estos debates, un espíritu de trascender las frecuentes posiciones defensivas primó en la sala Che Guevara de la institución, una de las primeras fundadas al triunfo revolucionario de 1959. Los encuentros, especialmente sus momentos más encendidos, apelaron más bien a nuestros propios recursos: las reservas culturales de los pueblos del continente. “Si no ganamos la batalla del imaginario, estamos construyendo sobre suelo suave”, dijo la historiadora venezolana Carmen Bohórquez.
El propio debate implicaba así una descolonización de la propia reflexión sobre el Bicentenario: más que una conmemoración de un momento histórico, los intelectuales atendieron a sus significaciones actuales, a las lecciones de un proceso de 200 años que nos pueden hoy alumbrar en el nuevo intento. “No estamos conmemorando una fecha, sino un proceso”, advirtió el historiador y politólogo cubano Fernando Martínez Heredia.
Hace poco más de 50 años, la izquierda continental esperaba grandes insurrecciones armadas que llevaran a los pueblos al socialismo. Hoy resulta imprescindible la reconquista de la democracia popular y la consagración de autonomías al margen de los procesos neoliberales. Aun cuando la conformación de un sujeto continental sea solo un vitral de intentos —si bien cristales enmarcados por la misma madera, todavía de colores distintos—, esta estrategia de la izquierda merece ser atendida, pensada y vivida. Quizá al cabo de dos siglos, estemos solo en el inicio de un largo proceso emancipador. Dependerá no ya de un Hidalgo, o un nuevo Bolívar, o un Martí, sino del avance armónico de la sociedad movilizada y la iniciativa de sus gobiernos.
Sea, pues, la conmemoración del Bicentenario en América Latina —otros, podrán tener la suya— un catalejo por donde acercarnos a este momento político continental que ya transpira su primera década. Un ojo que descanse, pues le toca el reposo para atender sus antecedentes históricos, las lecciones de las continuas conquistas y derrotas, las antiguas estrategias fallidas y los actuales agujeros por donde pueda emerger “el topo”. Solo así, el ojo que vigila podrá hacerlo sin ingenuidades, desde la plena conciencia de los límites y las posibilidades del nuevo movimiento de emancipación.
1 Álvaro García Linera. Presentación del libro El nuevo topo, los caminos de la izquierda latinoamericana, de Emir Sader. Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2009.
Daniela Grass y Victoria Hernández
Fuente y fotos: La Jiribilla
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