Alberto Salazar Gutierrez
Semana Santa es tan peculiar en Uruguay que desde 1919 la gente la llama Semana del Turismo y efectúa un sinnúmero de actividades poco o nada asociables a la muerte y resurrección de Jesús.
Cada año por estos días se organizan en diferentes localidades del país la Semana de la Cerveza, la Folclórica, la Criolla, la de la Patria Gaucha y la del Butiá, una palmera autóctona cuyas partes se destinan a diversos fines.
Desde hace 66 años el calendario también incluye la Vuelta Ciclística al Uruguay, que recorre los 19 departamentos del país. Ahora mismo los pedalistas están secándose el sudor de la tercera etapa.
Por estos días de ocio institucionalizado, los amantes de la caza y la pesca están igualmente de pláceme.
Probablemente no haya en el mundo occidental otro pueblo donde días tan marcados por la religiosidad acojan a tantas actividades paganas.
Los sacerdotes admiten que “no es fácil poder vivir esta semana cristianamente” y lamentan que en vez de consagrarse al recogimiento, la reflexión y la abstinencia, los feligreses vayan “con gozo y alegría”.
Estudiosos del fenómeno, empero, ven con naturalidad el jolgorio que distingue a esta semana y lo atribuyen a “la idiosincrasia laica del uruguayo”, asentada en un anticlericalismo que data del siglo XIX.
Hoy, Domingo de Ramos, acaba de inaugurarse la Semana Criolla, que data de 1925 y se efectúa con puntualidad religiosa en sendos recintos feriales de Montevideo y del vecino departamento de Canelones.
Considerada una de las más antiguas fiestas latinoamericanas, la Criolla regala al visitante domas, carreras de caballos y otras habilidades del gaucho uruguayo, el tradicional asado, alimentos y vinos artesanales, así como una propuesta artística autóctona que cada día dura hasta las dos de la madrugada.
Anoche, entretanto, se inauguró en la ciudad de Paysandú, unos 375 kilómetros al noroeste de la capital, la Semana de la Cerveza.
Con ese nombre, podrá suponerse cuál es la oferta principal, pero por allí también pasan músicos y artistas de todas las manifestaciones.
La propuesta viene cumpliéndose desde 1965 y es tan atractiva que los visitantes suelen duplicar a la población de la localidad.
Un alto poder de convocatoria también tiene el Festival del Olimar, en el departamento de Treinta y Tres, 285 kilómetros al noreste de Montevideo.
Nacido en 1972 como movimiento musical de resistencia a la dictadura, en el mayor evento folclórico del país solo actúan músicos uruguayos, desde rockeros hasta payadores.
En el bucólico escenario que configura el río Olimar también suelen efectuarse excursiones a sitios de singular belleza, así como una regata internacional.
Por su parte, el departamento de Rocha (unos 210 kilómetros al este de la capital) acoge a la Fiesta del Butiá, que tiene por centro a la butiá capitata, una palmera autóctona que regala un sabroso fruto anaranjado.
Con esa u otras partes de la planta pueden elaborarse licores, jalea, una infusión mal llamada café, pero igual de delicioso, canastos, sombreros y otros productos. La propuesta de los rochenses, obviamente, incluye espectáculos musicales y culturales en general.
También está la fiesta de la Patria Gaucha, que cada año organiza la Intendencia de Tacuarembó (390 kilómetros al norte de Montevideo) para exaltar la imagen del gaucho a través de rodeos, jineteadas y competencias de habilidades.
La feria data del año 1986 e incluye espectáculos de música folclórica, exhibición y venta de artesanías, y la instalación de los típicos fogones de las aparecerías, decorados con pasajes importantes de la historia del país.
Por las noches, a la espera del asado, por lo regular de cordero, el mate amargo o la botella de vino pasan de mano en mano mientras los sonidos combinados de guitarras, acordeones y voces arman una milonga.
Los que han estado allí, junto a la Laguna de las Lavanderas, juran que en esos días y noches jamás echaron de menos el órgano y los villancicos de las iglesias.
Fuente: PL
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