25 abril 2009

La Casa de nuestra América





Pablo Armando Fernández

Intentar un recuento de la labor y obra de Casa de las Américas nos conduce a retrotraer la mirada y contemplar con satisfactoria devoción a la Revolución, dedicada ininterrumpidamente a transformar nuestro panorama cultural. Es recorrer senderos que nos animan, paso a paso, a reencontrar nuestras raíces dispersas en tantas tierras. La Revolución nos ha devuelto al suelo que la engendra y sostiene.

La fundación de Casa de las Américas, presidida por Haydée Santamaría, trae a nuestro medio artístico una irradiación que nos llega del continente y sus islas y que confluye a dar cuerpo a un Todo que en 50 años no cesa de expandir su luz. La idea de convocar un Concurso literario que acercara y difundiera la obra de escritores latinoamericanos y del Caribe parte de Marcia Leiseca y Katya Álvarez. Proposición acogida con beneplácito por la Presidenta, el certamen, me atreveré a decir sin temor a correr el riesgo de aventurarme, ha resultado ser el más importante en nuestro continente. Nada hay que se le iguale. Por la Casa de las Américas han pasado, como concursantes o jurados lo más granado y significativo de las letras latinoamericanas en español.

Personalmente para mí, la primera convocatoria al premio constituyó una revelación. Nuestros escritores, aun aquellos más altamente reconocidos, buscaban cierto modo de confraternización entre ellos. El hecho de que Ezequiel Martínez Estrada participara y obtuviera el Premio en Ensayo por un jurado constituido por Fernando Benítez (México), Roger Callois (Francia) y Jorge Mañach (Cuba) cede ante lo prodigioso. Juntar estos nombres no obedece a ningún azar, ni siquiera al más concurrente, fija a la institución y sus propósitos jerarquía instalada en lo perenne. Lunes coincidía con la Casa, como se le nombra tradicionalmente, en la intención de colocar a Cuba en un lugar muy alto dentro de nuestras tradiciones y dedicó dos números a difundir su prestigioso Premio.

El 6 de noviembre de 1961 editamos el último número de Lunes de Revolución. Esa noche Adita Santamaría estuvo en el periódico y me dijo que Haydée deseaba verme por la mañana en su casa. Temprano Lisandro Otero me condujo hasta la casa de Haydée. Me ofreció el cargo de Jefe de Redacción de la revista Casa de las Américas bajo su dirección. Acepté gustoso. El Consejo de Redacción lo componían Ezequiel Martínez Estrada, Manuel Galich y Antón Arrufat, fundador de la revista con Fausto Masó y compañero en las noches que componíamos y editábamos Lunes. Esa decisión afirmaba mi cercanía filial a don Ezequiel, fraterna y amistosa con sus editores y colaboradores. Mis vínculos con la revista provenían de su número inicial donde aparece un poema mío, “Soledad, cruel estación” solicitado por Antón.

Ya en su primer año de existencia, la Casa, iniciaba su prestigioso empeño de acercamiento universal con el Premio Literario, la presencia de figuras de la política y la cultura como Jacobo Arbenz, Ezequiel Martínez Estrada y el gran poeta Pablo Neruda. Hizo que una importante exposición de pintura cubana, saliera de Cuba hacia otras naciones hermanas en el continente. Este impulso ha contribuido a que en la actualidad la Casa cuente con tres galerías activas y una colección de obras plásticas, posiblemente insuperable en instituciones del cariz de Casa.

En estos 50 años, el Premio literario ha contribuido al desarrollo y la difusión de la literatura latinoamericana, caribeña en inglés y francés creole e indígena (mapuche, aymara y mayanses). Organizado por el Centro de Investigaciones Literarias de la Casa, en sus inicios recibió el apoyo de Alejo Carpentier, quien ayudó a preparar las Bases del concurso y convocó a la mayor parte de los primeros jurados. Algunos de nuestros escritores latinoamericanos se dieron a conocer al alcanzar el prestigioso premio y ser publicados por la Casa, entre ellos: José Soler Puig, Roque Dalton, Ricardo Piglia, Alfredo Bryce Echenique, Antonio Skármeta y Eduardo Galeano. Más de mil intelectuales de varios continentes han asistido al Concurso. El Premio ha logrado conservar hasta nuestros días, el Encuentro de escritores latinoamericanos y caribeños.

Ya en la Casa, entregado a prestar continuidad a la edición de la revista, encontré ciertas dificultades. El vicepresidente Elvio Romero, insistía en su desagrado por el formato, según él, copiado de Orígenes. Tras varias discusiones optamos por el cambio. Me tengo prometido a mí mismo, que de alcanzar la posibilidad algún día, haré que el número 8 sea reeditado. Ya para el 9, se recuperaba el formato inicial. En el mes de octubre de 1962, se me nombra Consejero Cultura en nuestra Embajada en Gran Bretaña. Haydée Santamaría aprueba tal designio y el 22 de diciembre llego a Londres con Maruja y nuestras niñas. A la hora de mi partida ya don Ezequiel y Juan José Arreola habían retornado a sus países. Mi primer trabajo como diplomático fue comunicarme con Harold Gramatges, entonces embajador de Cuba en París, para que localizara a Julio Cortázar. Queríamos invitarlo al Premio Casa 1963. Así fue como Julio vino a Cuba con su esposa Aurora Bernárdez. Miembros del Jurado en los géneros de Cuento y Teatro. Ese año obtuve una mención con Libro de los héroes, publicado por Casa.

Gran parte de mi estancia en Londres la dediqué al Premio Casa. Cartas y manuscritos de quienes participaban en el certamen llegaban a mi casa. Algo que me permitió mantener una amistad epistolar con algunos de los más ilustres creadores literarios de nuestra América, sobre todo de la Argentina. Entre las múltiples gestiones relacionadas con el Premio conseguí que J. M. Cohen (Gran Bretaña) y Enrique Caracciolo (Argentina), con quienes había logrado una sólida y firme amistad, aceptaran ser jurados en Poesía y Cuento, en 1965. Ese año estoy de vuelta en Cuba. Otras dificultades que afrontar. Afortunadamente, Casa me acoge como jurado en Poesía 1966, que comparto con José Emilio Pacheco (México), Gonzalo Rojas (Chile), Jorge Zalamea (Colombia). El premio lo obtiene Enrique Lihn: Poesía de Paso (Chile). Maruja aceptó el cargo de Jefa de Despacho de la Presidencia de Casa. En 1967, nos reunimos en Varadero, celebrando El Encuentro con Rubén Darío que nos une en un abrazo fraternal y nos anima en la conversación al intercambio de experiencias, anécdotas, libros. En 1968, obtuve el Premio de Novela con Los niños se despiden”.

El largo período, que actualmente han dado por llamarle “quinquenio gris” y que resultó ser un decenio oscuro, Casa también lo padeció. Ese lapso sombrío me mantuvo alejado de sus predios. En 1980 perdimos a Haydée. Mariano Rodríguez se haría cargo de la presidencia. En 1982, participo como jurado en Literatura caribeña en inglés y creole. En 1990, me corresponde hacerlo en Poesía y en 1997 en Premio Extraordinario de Literatura Hispana en los EE.UU. En el 2001 acepto ser director del Fondo Editorial y actualmente soy asesor de la Presidencia, que Roberto Fernández Retamar preside y ha mantenido la dirección de la revista, como concierne a su ser eminentemente creador. Marcia no ha abandonado el impulso revolucionario que Haydée reconoce en las páginas de Lunes. Atendamos su decir: “Con Lunes de Revolución la nueva generación intelectual tiene un excelente medio expresivo, un instrumento con el que decir y comunicar lo que siente y lo que siente con noble sinceridad, es el drama de la Patria y la esperanza, ya en gran parte convertida en realidad, de una revolución de humildes por los humildes y para los humildes. Las ideas, las manifestaciones expresivas de toda índole que en cada Lunes de Revolución van apareciendo, son ya patrimonio del pueblo de Cuba, como son motivo eficiente para que se sientan orgullosos los que tuvieron la feliz iniciativa y los que han hecho con su trabajo el noble empeño”.

La Casa, que en los años 60 favoreció con su apoyo y reconocimiento a los cantautores de la Nueva Trova, ha robustecido su acogida a la música que encanta su gran sala Comandante Che, organiza sus celebraciones teatrales, expone en todos los espacios adecuados obras de consagrados artistas de nuestra América continental y sus islas, difunde su literatura clásica y contemporánea y presta su atención a disertantes en la sala Galich. Sus Estudios del Caribe nos hermanan con las Islas que componen una familia residente en su centro. Lejos de toda posible autocomplacencia, mantenerme entre sus paredes, bajo su techo memorable, debo agradecerlo a la Luz, que en este medio siglo me devolviera a casa, a días y noches, inmerso en las páginas de Lunes, de la revista Casa de las Américas y la revista UNIÓN. Referirme a estas emanaciones luminosas es confesar que todo lo debo con satisfactoria devoción a la Revolución.

Fuente y Foto: La Jiribilla






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