21 mayo 2010

El Frente Amplio en la centrifugadora




“EL GOBIERNO ES EL HOY, LA FUERZA POLÍTICA EL MAÑANA”. (del documento sobre el relacionamiento del Gobierno y la fuerza política, aprobado por el Plenario Nacional del Frente Amplio – Abril 2003)

Allá por comienzos de 2009, cuando nos preparábamos para las elecciones internas, recuerdo haber planteado como problema, y haber escrito sobre ello, si seríamos capaces de “ganar el hoy y asegurar el mañana”.

El hoy lo ganamos. Tenemos un segundo gobierno del FA, disponemos de 5 años más para seguir avanzando en la consolidación de la democracia, en su contenido participativo, en una reforma del estado que lo democratice y le permita cumplir un rol dinamizador de la economía, impulsor del desarrollo y de una mas justa distribución del ingreso, en fin, 5 años más para avanzar en la justicia y la solidaridad social.

Pero ahora en este terreno electoral, al final de este largo ciclo, se nos acaba de encender una luz amarilla. Las elecciones departamentales nos dejaron un regusto, si no a derrota, al menos a pocas ganas de festejar. No en todos lados, por supuesto. Festejamos con los compañeros de Artigas. Nos reconforta la consolidación de los gobiernos frenteamplistas en Canelones, Maldonado y Rocha. Ya no nos da muchas ganas de festejar lo de Montevideo, porque el porcentaje con que se ganó es bastante menor al que se suponía, y por que algo del voto en blanco y anulado refleja descontento. Hemos perdido 4 intendencias, pérdidas que pueden obedecer a razones coyunturales, locales, que en cada caso habrá que examinar. Pero más allá de las particularidades, lo más importante, lo que preocupa, lo que nos obliga a una reflexión colectiva, fraterna, y serena, es la pérdida de alrededor de 150.000 votos respecto a la elección anterior, fundamentalmente en el área metropolitana, y que ya no se pueden explicar por tal o cual episodio en tal o cual lugar.

Algo le está pasando a nuestro Frente. Se maneja la “teoría del techo”, y claro, si hemos alcanzado el “techo electoral”, los cambios sólo pueden ser hacia abajo... Es el todo va bien del conformismo. Pero no, no todo va bien, porque más allá de resultados electorales, hace tiempo que nuestra fuerza política registra debilidades, pérdida de vitalidad, falta de iniciativas.

Volviendo al inicio de esta nota, no parece que estemos asegurando el mañana, si asegurar el mañana es contar con la herramienta política apta para ello.

Eso estaba claro en el 2003, antes de ganar el gobierno, y cuando nos preparábamos para ello. Entonces todos, partidos y comités de base, discutimos intensamente, y finalmente aprobamos, un documento relativo al relacionamiento entre el gobierno, la sociedad y la fuerza política, con sus roles respectivos, y del cual extrajimos el párrafo con que iniciamos esta reflexión.

Han pasado de aquel debate 7 años y la experiencia de todo un período de gobierno nacional, y de 8 gobiernos departamentales. El documento síntesis de aquel debate no parece estar en la mesa de trabajo de los frenteamplistas. Nuestra fuerza política, el FA, está muy lejos de cumplir los roles asignados por aquel documento, que son, por otra parte, los que originaron su nacimiento en 1971. Se ha subsumido en el Gobierno en lugar de ejercer su rol en el respaldo y control del mismo, en el desarrollo de los necesarios vínculos con el pueblo y sus organizaciones sociales. Ha olvidado que como expresión organizada del pensamiento político avanzado del pueblo uruguayo, su tarea es difundir en su seno las grandes líneas de nuestro proyecto de nación, arraigado en el ideario artiguista y en sus ideales de libertad, democracia, igualdad, solidaridad y justicia.

En lugar, en fin, de consolidar el hoy y pensar el mañana, nos hemos ido transformando, poco a poco, en una coalición electoral sin mas preocupación aparente que la distribución de cargos; en una coalición que a conciencia, tal parece, descuida y desnaturaliza la raíz que la sustenta, que no es otra que el movimiento frenteamplista y sus comités de base. Un FA que olvida la cuestión esencial de que debe practicar en su seno la democracia participativa que pregona. Y que olvida que la cultura de la unidad en la diversidad, de la búsqueda tenaz de los consensos, fue factor esencial, decisivo, en la creación del FA y en su permanencia y desarrollo más allá de los tremendos desafíos que le tocó enfrentar, y que su olvido, como está ocurriendo, pone en riesgo su supervivencia.

Como quien dice pues, tenemos al FA en la centrifugadora. Y lo primero que hace una centrifugadora es dispersar. Cada componente del producto que metemos en ella gira y se dispara según su peso, su tamaño, según sus particularidades. Sólo tienen en común las paredes del recipiente que las retienen. ¡Cuidado que esas paredes cedan, que la tapa salte!

¿Qué hacer entonces? ¿Cómo parar la centrifugadora?

Desde diversos ámbitos del Frente, en medio de una preocupación generalizada, se plantea la necesidad de adecuar el funcionamiento, la estructura organizativa, los mecanismos para la toma de decisiones, a las nuevas realidades de una fuerza política que hoy sintetiza en su seno hábitos, culturas, ideas y sentimientos de las grandes mayorías nacionales y que se plantea como objetivo encauzar toda esa amalgama en los ideales que acostumbramos a denominar como izquierda.

Y es verdad. Ya no hay correspondencia entre esta fuerza política de hoy y los tiempos fundacionales de la pre-dictadura, o incluso con los primeros tiempos de la post-dictadura, tiempos en los que se fueron delineando las normas de funcionamiento, que hoy rechinan.

Es verdad. Pero no basta. También hace falta restablecer, ahí si de los tiempos fundacionales, las normas de convivencia que posibilitaron salvar con éxito todas las pruebas por las que el Frente debió pasar: el esfuerzo permanente por el consenso, por la unidad en la diversidad, por la búsqueda de la síntesis creadora aún en los disensos, por el respeto y el fomento del doble carácter del Frente, coalición y movimiento, fuente generadora de frenteamplismo.

Se plantea también como problema la falta de un recambio generacional, algo así como un necesario soplo de aire fresco, y con él, otro estilo de conducción y, tal vez, nuevas ideas.

Es posible, aunque ni las ideas nuevas ni los dirigentes jóvenes son mejores por serlo, como tampoco lo son las viejas ideas y los viejos dirigentes por su sola condición de vejez. Ya se sabe que el vino viejo puede ser exquisito o puede ser vinagre.

En cuanto a las ideas, más que nuevas o viejas, lo peor de todo es no tenerlas, así como tanto como no tenerlas es la incapacidad de componer con ellas un sistema coherente, a falta de lo cual se lo suele sustituir con una forma de pensar que cae en el eclecticismo o en la pura pragmática. Y esta carencia no es problema de edades, podemos apreciarla por igual, tanto en viejos como en jóvenes. Así que no hagamos demagogia. El recambio generacional sólo es fértil en la misma medida que se produzca no en el choque sino en la fraterna convivencia de las generaciones, en su síntesis, en esa mezcla “explosiva”, constituida por el aire fresco y renovador de los jóvenes con la sólida experiencia de lucha de los viejos.

Pero tampoco eso basta. Necesitamos identificarnos, como en los tiempos fundacionales, con un programa, con un ideario, con un proyecto de país. Identificarnos, y que se nos identifique. Un programa que marque la diferencia, que reúna en su torno y entusiasme a las grandes mayorías nacionales, que nos permita pasar de la etapa en que “nos prestan” su voto a una etapa superior, en que asumen ese programa como propio y luchan por concretarlo. Un programa de largo plazo, estratégico, pensado entre todos, acordado por todos, al que procuremos aproximarnos, con nuestro pueblo, en cada etapa de gobierno, desde el gobierno, o desde la oposición.

Un programa de tal naturaleza debe definir cuestiones sustanciales: en primer lugar, las formas institucionales y el contenido participativo de la democracia, su profundización y generalización a todos los ámbitos y en todos los terrenos en que se desenvuelve la vida social, tales como la producción y la circulación de bienes y servicios, el sistema político y las instituciones republicanas, la administración del estado y la gestión de gobierno, el desarrollo y extensión de la cultura, la educación y los medios de comunicación; en segundo lugar, el carácter y el rol del estado, productor, planificador y regulador en la economía, redistribuidor de la riqueza generada por el trabajo a partir de los principios de la justicia y la solidaridad sociales, responsable de la calidad y alcance universal de la educación, de la seguridad social y ciudadana y las expresiones culturales; en cuarto lugar, las formas de la propiedad, privada, estatal y social, de la tierra y de los medios de producción, sus relaciones, sus límites y sus derechos; en quinto lugar, finalmente, las líneas del desarrollo, económico, productivo, social y humano.

En fin un programa que defina el contenido democrático, nacional y popular, de una fuerza política nacida no sólo para ganar elecciones sino para cambiar el país, para construir una patria libre, soberana, socialmente justa y solidaria.

Wladimir Turiansky

Fuente: Voces


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