La lectura del ritual discurso del reciente premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, trajo a mi memoria el famoso cuento del alacrán que le pidió a una ranita que lo ayudara a cruzar un río. Conociendo sus antecedentes la ranita dudó en hacerle el favor, pero tras un breve diálogo dedujo que no había peligro ya que si el alacrán la picaba se ahogaría él también. En mitad de la travesía el alacrán no pudo con su temperamento y le clavó el aguijón.
El discurso, de una hora de duración, titulado "Elogio de la lectura y la ficción", se refirió naturalmente al tema elegido con la solvencia y convicción de quien ha tenido como eje de su vida el mundo de la creación literaria. Y en tanto la ficción, "invención, cosa fingida", según la Real Academia Española, se nutre de la realidad, es natural que el análisis de la literatura incluya también a su entorno. Y dentro de este como una condición imprescindible, la libertad del creador para expresar libremente "su" visión del mundo. Hasta ahí nada que objetar.
Pero que se utilice esa perspectiva para atacar a gobiernos y a líderes cuya legitimidad ha sido revalidada una y otra vez por sus pueblos, como hizo el escritor en su discurso, es una agresión con efecto contrario y debe reconfortar a los agredidos, por aquello de Don Quijote: "Ladran Sancho, señal de que cabalgamos". Algunos, como la Revolución Cubana, hace más de medio siglo que vienen cabalgando en medio de las condiciones más adversas que imaginarse pueda. No solamente con una jauría de perros rabiosos mordiéndole los talones, bloqueándole todas las posibles escapatorias, sino además con una manada de cuzcos mediáticos bien adiestrados y alimentados, anunciando con sus ladridos el inminente colapso de la presa para ensañarse con sus despojos. Todo ello en vano, como puede apreciarse. Porque la historia no sólo absolverá a Fidel Castro sino que comienza a darle la razón al pueblo cubano, que ha mantenido en alto, en medio de todas las dificultades, los principios de su Revolución. Decir esto no significa desconocer los errores y las desviaciones ocasionales que los cubanos son los primeros en reconocer, y que han tenido la virtud de buscar permanentemente las formas de corregirlas, como están haciendo precisamente en estos días.
Otros como Venezuela, Bolivia o Nicaragua, "pseudodemocracias populistas y payasas", según la despreciativa y grosera visión del nuevo Nobel de Literatura, comienzan a sacudirse las lacras a las que él mismo aludió al referirse a las oligarquías (él no usó esa palabra) que se hicieron con el poder tras la ruptura de los vínculos con la Corona de España.
A los descendientes de esas oligarquías, que se resisten, con la colaboración de intelectuales como Vargas Llosa, a aceptar que la historia ha cambiado, es que combaten, entre otros, Chávez en Venezuela y Evo Morales en Bolivia, con vistas a alcanzar la definitiva independencia.
La historia le ha jugado una mala pasada al escritor hispano-peruano, porque mientras clavaba su aguijón retórico sobre las "pseudodemocracias payasas", las verdaderas democracias capitalistas, del libre mercado, los derechos humanos, la libertad de expresión, bla bla bla, a las que rinde su decidido homenaje, han quedado desnudas en su indigna condición de serviles de un imperio en decadencia, que los desprecia.
Sus fundamentos "ideológicos", sistemáticamente desvirtuados en la práctica, tanto como sus, ellos sí "pseudolíderes", y la triste comparsa mediática a su servicio, han caído sin atenuantes de sus falsos pedestales. Por la simple utilización honrada de la libertad de expresión, de un periodista llamado Julian Assange y una organización llamada Wikileaks, que han logrado demostrar que entre la manipulación y la mentira, la verdad siempre se abrirá paso. Y a los que hay que defender de los poderosos intereses que intentan destruirlos.
Gutemberg Charquero
Fuente: La República
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