13 junio 2010

Para reconstruir: el exilio de Gardel




La Cámara de Diputados se dispone a conmemorar el golpe de Estado del 27 de junio de 1973, esta vez aportando una visión desde lo que fue el exilio uruguayo.

No cabe otra cosa que saludar la iniciativa, en tanto el exilio fue parte de una época trágica para nuestro país, donde los mayores dramas los sufrieron los que fueron muertos, secuestrados, torturados y exiliados, en ese orden.

Como sociedad también tenemos que reconocer que el tema del exilio no ha sido encarado con rigurosidad por la sociedad uruguaya y su sistema político, y por ello no se ha podido hacer una síntesis de esa experiencia humana y política, que por su masividad no tenía antecedentes. Desde el retorno de la dictadura ha existido un manto de silencio, donde todos somos responsables, sobre esta problemática que no se puede llegar a entender con profundidad, si no se plantea a la vez el desexilio que se produjo a partir de los últimos meses de 1984, cuando ya la dictadura agonizaba. Durante todos estos años que nos separan del fin de la dictadura, no supimos transmitir la experiencia humana de miles de uruguayos, quienes trajeron sobre sus hombros la influencia de otras culturas y de otros pueblos.

El exilio y el desexilio se quedaron sin memoria, perdiendo la oportunidad de ampliar nuestra cultura nacional, sólo por el pecado de no haber hablado sobre lo vivido y de no preguntar sobre lo vivido.Desde 1984 no sólo somos españoles, italianos, judíos, afrodescendientes y charrúas, sino que también somos, de alguna manera, mexicanos, suecos, europeos del este, africanos de sus distintas esquinas, caribeños, estadounidenses y canadienses, entre otros.

Pero si no se actúa rápido las leyes de la vida pueden borrar por siempre aquellas nuevas formas que algunos uruguayos supimos aprender de otros pueblos, con sus sensibilidades particulares para apreciar los colores, la música, el sonido de las palabras y el sentido de la vida. Estaríamos ante un suicidio cultural, cometiendo así un grave error. Por eso nuestro saludo a la iniciativa de la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Representantes.

Del punto de vista político el exilio fue una gran escuela que tuvo como factor fundamental que los uruguayos de la diáspora supieron reconstruir las herramientas políticas que la izquierda había elaborado ­en base a lucha, sacrificios y lucidez­, como fueron la Convención Nacional de Trabajadores (CNT), la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay (FEUU) y el Frente Amplio. El exilio uruguayo fue el único en Latinoamérica que no se fracturó, lo que es un dato distintivo. En esos años cayeron las dictaduras de España y Portugal, Vietnam derrotó a los yanquis, comenzó el desplome del colonialismo en Africa, triunfó la revolución sandinista, apareció en Europa el eurocomunismo, la socialdemocracia recobró nuevos bríos, surgieron las primeras señales de cambio en la URSS, Cuba siguió resistiendo y resistiendo, con luces y sombras. Y en todos estos casos siempre hubo un grupo de uruguayos que tienen algo para contar, ya sea porque estuvieron en las zonas de combate o porque vieron en carne propia no sólo la confrontación, sino el debate de ideas y el ejercicio de la solidaridad. Pero lo sustancial fue que a la ola fascista se la logró detener en las fronteras del sur de Venezuela. En mi modesta opinión hubo una concepción que logró elaborar una estrategia de enfrentamiento al fascismo, que tuvo como aporte fundamental las propuestas políticas y teóricas de Rodney Arismendi, quien en pocas palabras dibujó cuál debería ser el andar de las fuerzas de izquierda. Eso se tradujo en la necesidad de establecer la unidad y la convergencia de gobiernos, partidos y pueblos para detener y después derrotar la contraofensiva de Estados Unidos.

Miles de uruguayos se educaron dentro de esta concepción, aunque no fueran comunistas. Por eso se pudo lograr coordinar acciones con Wilson Ferreira Aldunate, por eso se creó la Convergencia Democrática en Uruguay, por eso la Internacional Socialista, la Liberal y la Demócrata Cristiana firmaron un documento común, en un acto inédito, condenando a la dictadura uruguaya. Montar a nivel mundial una campaña solidaria con nuestro país no fue sencillo, pero se logró. Y no fue sencillo porque el mundo democrático priorizaba su acción con Chile y en la región con Nicaragua y los sandinistas. Pero igual se logró, gracias a que pudo montar una campaña inmensa en torno al general Líber Seregni, al ingeniero José Luis Massera, a la desproscripción de todos los partidos, a la libertad de todos los presos políticos. Todo esto se pudo lograr por la acción unitaria y lúcida de los representantes de la cultura uruguaya en distintos países, cosa que los gobiernos democráticos y sus cancillerías aún no comprendieron que la cultura es nuestro mayor producto de exportación y nuestra mejor carta de identidad.

La solidaridad internacional prosperó porque dentro del país, en las cárceles, en los hogares o en las calles, jamás se apagó la lucha y la resistencia. También porque en Buenos Aires un grupo de uruguayos anónimos se mantuvo dentro del infierno, siendo puente entre la lucha clandestina y la lucha solidaria. Que conste.

Raul Legnani

Fuente: La República


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