12 enero 2011

Haití, el terremoto de los pobres


Foto: Manu Bravo


La catástrofe ha dejado al descubierto años de políticas neoliberales y falsas promesas de los países ricos.

La situación que sufre Haití no es sólo producto de las fuerzas de la naturaleza, es consecuencia de años de decisiones económicas tomadas por sus Gobiernos.

Un año después de la gigantesca catástrofe humana que sacudió Haití el 12 de enero de 2010, el devastador terremoto ha desaparecido de las agendas de los medios, Gobiernos y agencias de desarrollo. Tras la conferencia de donantes de Nueva York del 31 de marzo y las promesas que allí se anunciaron, la población afectada sigue viviendo en condiciones dramáticas, y son pocos los compromisos de ayuda y reconstrucción que se han hecho realidad. Tragedias como la de Haití no son nuevas. Nos hemos acostumbrado a éxodos, hambrunas, terremotos, inundaciones y tsunamis, si bien en los últimos años, su repetición y, especialmente, sus dramáticas consecuencias sobre millones de personas y países en permanente estado de calamidad, permiten que veamos con claridad cristalina cómo su impacto es mayor cuanto más pobre y miserable es el país que lo sufre.

Catástrofes de clase

Es un matemático axioma que funciona con una precisión aritmética a la hora de llevarse por delante vidas y países, pero cuya aplicación no tiene nada de caprichoso, sino que es el fruto de procesos humanos deliberados y conocidos, que en combinación con determinados fenómenos naturales adquieren dimensiones gigantescas. Este conjunto de fenómenos proviene de decisiones humanas que generan lo que podríamos denominar como ‘catástrofes de clase’.

Efectivamente, sabemos que cada catástrofe es un excelente indicador de la situación social y política de cada país, de su grado de desarrollo, pero especialmente, de las condiciones de vida de los más desposeídos, es decir, de la condición estamental y de clase del país y de sus habitantes. Ya sean ciclones o terremotos, huracanes o inundaciones, hambrunas o sequías, los pobres tienen un raro privilegio, probablemente uno de los pocos de sus desdichadas existencias: ser víctimas predilectas de estas catástrofes, protagonistas privilegiados de cada siniestro, a los que añaden damnificados contabilizados en cientos de miles de personas. Y, aunque los orígenes de muchas catástrofes puedan ser naturales, no lo son en absoluto sus efectos, sino que tienen una responsabilidad humana: la de mantener en países y ciudades a buena parte de la población viviendo en condiciones infames, sobre laderas de montañas frágiles, bajo casas levantadas con desechos que se transforman en tumbas cuando la naturaleza decide reivindicar su propio ser, entre basuras, o en medio de zonas pantanosas e inundables.


Puerto Prícipe - Foto: Manu Bravo


42 presidentes, 29 asesinados

Podríamos pensar que el comportamiento sísmico de la placa tectónica del Caribe y la falla de desgarre que están en el origen de los movimientos sísmicos de la región, nada tienen que ver con las decisiones que han venido adoptando instituciones económicas multilaterales, Gobiernos y multinacionales sobre Haití, pero estamos ante energías que se suman en su devastador poder de destrucción, multiplicando así su fuerza catastrófica. Haití ha tenido 42 presidentes, de los cuales 29 han sido asesinados y, únicamente, dos han sido elegidos democráticamente. La pobreza más brutal en la que se encuentra el país ha sido herencia directa de uno de los sistemas más brutales de explotación colonial en la historia mundial, agravado por décadas de opresión post colonial.

Así, en los ’90, durante el gobierno de Jean-Bertrand Aristide, EE UU y las instituciones de Bretton Woods desplegaron un conjunto de políticas que fueron limitando la capacidad de decisión de un país depauperado y empobrecido tras años de dictadura, violencia y asesinatos. La presencia del FMI y del Banco Mundial mantuvo se mantuvo activa en las últimas décadas, obligando a sus líderes a tomar decisiones macroeconómicas que fueron empobreciendo cada vez más el país y haciéndole dependiente hasta en su alimentación, llevandole a recurrir a las importaciones de arroz de Arkansas, mientras los agricultores abandonaban sus cultivos y se dirigían a la atestada y pobre capital, Puerto Príncipe, ocupando sus arrabales en chabolas e infraviviendas insalubres. Muchos de ellos se han convertido años después en víctimas del terremoto de enero de 2010, aunque no debemos olvidar que ya eran víctimas de la desnutrición, la violencia, la insalubridad, las enfermedades y el abandono extremo.


Foto: Manu Bravo


El mercado de la solidaridad

Y con cada catástrofe, nos hemos acostumbrado a un ritual cíclico dotado de su propio código de imágenes y símbolos que están acabando por desvirtuarse hasta extremos difíciles de comprender y que se utiliza con altas dosis de oportunismo político y como un elemento más de consumo de masas para el flamante mercado de la solidaridad, mimetizado y repetitivo. Así, tras las primeras imágenes e informaciones sobre la catástrofe en los medios de comunicación vienen las primeras ofertas de ayuda, para lo cual se fletan aviones con material de emergencia acompañado por personal voluntario y enviados especiales que van a darnos cuenta de la catástrofe sobre el terreno. Al tiempo, se suceden las promesas de ayuda y las visitas fugaces de dirigentes políticos que realizan compromisos sin límite.


Cite Soleil - Foto: Manu Bravo


Un capitalismo piadoso

Posiblemente, todo ello fuera necesario para abundar en una construcción intelectual basada en la idea de un capitalismo piadoso y en sus respuestas, así como en la manera de intervenir y aprovechar la ayuda humanitaria ante una catástrofe como el terremoto de Haití. La misma comunidad internacional que ha sido de forma efectiva quien ha gobernado Haití desde el golpe de 2004, es quien se ha lanzado a enviar ayuda humanitaria, aunque se negara a ampliar, más allá de su objetivo militar inmediato, el mandato de la misión de la ONU en el país. Por otra parte, la imposición de los resultados de las últimas elecciones generales, calificadas como fraudulentas por los mismos partidos que concurrían a ellas, y que la ONU dio por buenas, ha generado mayor violencia y enfrentamientos entre los haitianos. No podemos renunciar a nuestro legítimo derecho a indignarnos ante las catástrofes, pero es ilusorio pensar que tanto desastre y tanta calamidad pueden solucionarse sólo con la compasión de las ONG y la solidaridad de cada uno de nosotros, ante la ineficiencia de los Gobiernos y la voracidad de un sistema económico y político mundial en el que los pobres siempre son los perdedores.

Carlos Gómez Gil
Profesor de Sociología de la Universidad de Alicante e investigador

Fuente: Diagonal


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