23 noviembre 2008

Música y dictadura. Por qué cantábamos






El horror y la resistencia


La investigación de los periodistas Laura Santos, Alejandro Petruccelli y Pablo Morgade reúne testimonios, cancioneros y cartas de músicos populares como León Gieco, Víctor Heredia y Miguel Angel Estrella durante la dictadura.

Música y dictadura. Por qué cantábamos, compilación de testimonios, cancioneros y cartas de músicos populares, transcripciones de registros radiotelevisivos y documentos oficiales de la última dictadura militar realizada por los periodistas Laura Santos, Alejandro Petruccelli y Pablo Morgade, reúne casi seis años de recopilación de material y entrevistas a León Gieco, Víctor Heredia, Teresa Parodi, Hugo Marcel y Joan Manuel Serrat, entre otros, que narran sus vivencias durante la dictadura. También hay citas que parecen extraídas del Diario de la guerra del cerdo, de Adolfo Bioy Casares, como una del represor Emilio Massera durante un homenaje en la Universidad del Salvador en 1977, como para tener presente la irracionalidad del discurso desde el poder: “Los jóvenes trocarán su neutralidad, su pacifismo abúlico, por el estremecimiento de la fe terrorista..., la destrucción estará justificada por la redención social que algunos manipuladores –generalmente adultos– les han acercado para que jerarquicen con una ideología lo que fue una carrera enloquecedora...”.

Publicado el mes pasado por la editorial Capital Intelectual y presentado el miércoles en el Microcine de TEA, el libro presenta una polifonía de timbres –tanto de los escribas como de sus interlocutores– para que surjan contrapuntos. Es justamente esa cualidad la que dota al texto de riqueza, sobre todo por tratarse de un terreno inexplorado: según los autores, la música como forma de resistencia en ese período aún oscuro de la historia argentina. Puesto como punto de partida, el análisis de la teoría-Massera sobre la indisciplinada juventud argentina de los setenta permite hilar los relatos de los músicos con la historia de manual.

La confección de listas negras, las persecuciones y amenazas, junto con la consecuente disminución de las posibilidades de trabajo en el país hicieron que muchos artistas “optaran” por el exilio a países vecinos o europeos. Ese fue el caso del pianista tucumano Miguel Angel Estrella, secuestrado y torturado en Montevideo en diciembre de 1977 por orden de los militares argentinos cuando imperaba el denominado Plan Cóndor. “En la última sesión amenazaron con cortarme las manos –reseña el artista–. Escuché el ruido de una sierra eléctrica. Cuando me ataron las manos, me apoyaron sobre una mesa y acercaron la sierra, lo que me salió del alma fue decirles ‘que Dios los perdone por lo que van a hacer; yo voy a tratar de perdonarlos’.”

León Gieco también se resguardó de las amenazas en el exterior. Exiliado en Los Angeles, fue invitado a participar en un festival para la Fundación de Genética Humana organizado por la esposa del dictador Rafael Videla. “Si detrás de esto estaba la mujer de Videla, no me iba a pasar nada y de paso, podría grabar las canciones que me habían retirado de El fantasma de Canterville. Después las metí en Cuarto LP y puse la aclaración ‘grabadas en el Festival de la Fundación de Genética Humana’, para que no hubiera censura, y así fue”, cuenta León. Uno de los que permanecieron en el país fue Víctor Heredia, en la búsqueda de su hermana y su cuñado, que aún figuran entre los 30 mil desaparecidos de aquel período.

Al igual que varios de los entrevistados, el cantautor se refirió a la muerte del músico y director de teatro Víctor Jara, en septiembre de 1973 en Santiago, Chile. “Creo que muchos artistas nos salvamos por el tremendo repudio que despertó en todo el mundo el asesinato de Jara. Esa muerte y las consecuencias que desató, al descubrir el horror del régimen de Pinochet, detuvieron el exterminio de muchos artistas. Siempre digo que Jara, con su calvario, nos regaló la vida al resto.”

Estrella, acosado por un coronel que quería que su esposa pianista formara dúo con él; Gieco, detenido por un militar celoso del fanatismo que su novia tenía por el cantante; Guillermo Fernández, pidiendo datos sobre el paradero de sus suegros al general Suárez Mason; Piero, solicitando al mismísimo Massera un lugar donde cantar; y una nota de la gerencia de ATC que prohibía mencionar la visita de Serrat, dos años antes de su arribo a Buenos Aires son algunas de las historias inéditas –absurdas, como demuestra el trío de escritores– que el libro recorre con la agilidad de los exponentes de la música popular que narran sus experiencias pero con frecuentes vacíos de contextualización histórica.


Informe: Facundo Gari

Fuente: Página 12







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