Osvaldo Bayer
Desde Choele Choel, Río Negro
A veces, sin querer, comienza una sonrisa a dibujarse en el rostro de uno. Es cuando una vez más constata que la ética no se rinde nunca. O mejor aún: jamás. A veces pueden pasar siglos, pero sigue horadando en la memoria. Y de pronto, está ahí, frente a nosotros.
Se nos presentó en la Plaza Rodolfo Walsh, de Lamarque, en Río Negro, cuando formamos una larga columna de vehículos de todo tipo. Hacia la estancia El Curundú, que significa nada menos que gualicho de amor, en guaraní. Allí, hace 81 años nacía nuestro querido Rodolfo Walsh. Con nosotros venía Patricia Walsh, su hija. Fue como una cruzada. No íbamos ni en busca de méritos, ni para lograr candidaturas, ni para comprar tierras en un remate. No, íbamos sólo –y esto es lo increíble– acompañados por la ética. Sí, nos gusta repetirlo. Porque íbamos a rescatar la memoria. Ibamos a abrazar el recuerdo del mejor de nuestra generación. Se llamó –se llama– Rodolfo Walsh. Nos encaminábamos a su lugar de nacimiento. A saludar las imágenes de su infancia, a sus personajes reunidos allí. A sus sueños de igualdad, libertad, fraternidad. A murmurar en esa casona, en su galería de tejas y en el patio de ladrillos que él conoció al abrir sus ojos, aquella estrofa sagrada: “Ved en trono a la noble igualdad, Libertad, Libertad, Libertad”. Ibamos a visitar a nuestro Mariano Moreno del siglo veinte. El que enfrentó con la palabra y un revolvito casi de juguete a todas las fuerzas armadas que se cubrían el rostro siniestro con la careta de la desaparición. Dicen los poetas que murió sonriente y con sus manos tan limpias como su mente.
Llegamos a la estancia El Curundú, hoy en poder de una multinacional del comercio de frutas. Por los diarios nos enteramos de que la multinacional nos iba a permitir entrar pero que seríamos custodiados por la BORA, policía especial antimotines de la provincia de Río Negro. Sí, en esas regiones tranquilas de horizontes, soles y paisajes de verde y cielo ahora hay policías antimotines. El miedo que ellos tal vez quisieron imponernos se transformó en nosotros en sonrisa burlona. Pero no aparecieron. Entramos. Nos acompañaba el intendente de Lamarque, historiadores regionales, docentes universitarios y de las provincias de Río Negro y Neuquén agremiados en la Asociación de Docentes de la Universidad Nacional del Comahue, en la Unión de Trabajadores de la Educación de Río Negro y en la Asociación de Trabajadores de la Educación de Neuquén, y gente del pueblo con sus niños. No apareció ni siquiera algún burócrata de oficina de la poderosa empresa a recibirnos. No, nos mostraron su espalda. La palabra “propiedad” está para ellos más allá que la historia, que los auténticos héroes del pueblo, que la moral de la ciudadanía. Formas de nuestra democracia. Pero a nuestro lado estaban las Madres de Plaza de Mayo con sus pañuelos.
Esa galería... Quisimos entrar en las habitaciones, pero estaban cerradas con llave y sus postigos también, para que no pudiéramos ver nada de lo que pasa en esos cuartos que vieron nacer a ese niño y a sus cuatro hermanos. Pero allí, con Patricia, descubrimos una placa donde quedará para siempre la señal de su importancia histórica. Allí y en un acto posterior que se hizo en Lamarque quedó firme el propósito de que esa casa se convierta en un espacio público que permita la difusión de la obra de Walsh, pero más que eso, que sea un centro de la cultura, con su biblioteca y su sala de reunión de delegaciones de estudiantes y obreros de todo el país para el debate de nuestra historia, de nuestro presente, del arte, y de los rumbos de ese algo infinito que es la literatura. La casa es ya hoy patrimonio histórico. Ahora los representantes municipales, provinciales y nacionales tienen que dar el sello de que esa casa pertenece a la comunidad toda y no a un señor o varios señores que viven en Miami.
Volveremos siempre hasta lograr que la historia y la cultura superen el egoísta derecho de la mera propiedad privada de un lugar pleno de sueños y esperanzas. Y antes del viaje a las tierras de Rodolfo, las fantasías de la realidad nos llevaron a presenciar un acto de profunda cultura. En una fábrica de Neuquén. Sí, como en aquellas décadas del pasado obrero de los anarquistas. Estos tenían presentes siempre tres deberes: trabajo, cultura y familia. Y no olvidar, los sábados a la noche, el conjunto filodramático de las Sociedades de Oficios Varios. En Neuquén fue, como no podía ser de otra manera, en Zanon, la fábrica de porcelanas. Hoy llamada Fasinpat, Fábrica Sin Patrones. Sin patrones, como tendría que ser en una sociedad racional. Los obreros hicieron un alto en el trabajo para el espectáculo, pero las máquinas siguieron funcionando, como lo adelantó el obrero que habló en la presentación: “Vamos a abrir este espacio de la cultura con el ruido de las máquinas, es decir, de la música del trabajo para demostrar que esta fábrica abandonada por sus ex dueños seguirá funcionando siempre, y mucho mejor, por cierto, en manos de los obreros”.
Y de repente entran en el amplio galpón seres vestidos de negro en altos zancos. Son los artistas del Teatro de la Calle, que representan la obra Estalla el silencio. Los seres en negro, en zancos y con armas desde arriba, y los jóvenes que luchan por un mundo mejor, de blanco, con libros y volantes. Aparece, también, el amor, en un balcón, con una Julieta que espera y un Romeo que la mira desde abajo con flores y la rodea de versos. Pero de pronto, por el balcón se asoman dos caricaturas uniformadas, siniestras. Uno ordena y el otro obedece a gritos. Se inicia así ya, en el escenario, el fin de la juventud y su amor. Ese fin es patético. Emociona hasta la extenuación total. Los movimientos de la desesperación, de la tortura, la más cobardes de las ferocidades y cobardías. El terror uniformado como método del poder absoluto. La muerte contra la vida y el amor. Un ballet trágico, desconsolador. Pero por la calle ancha aparece una mujer con la cabeza cubierta con un pañuelo blanco. Y levanta un enorme retrato de Julieta, ya desaparecida.
Fin. La emoción sólo permite el silencio. Los actores no salen a agradecer, queda sólo allí la Madre, elevando infinitamente el retrato de su hija.
Ni Chéjov habría podido mostrar así la “muerte argentina”. La desaparición y su “obediencia debida”.
Los obreros se mantuvieron de pie, los demás espectadores no hicieron ningún movimiento. Nadie se movió. Hasta las máquinas parecieron guardar silencio.
De inmediato, el representante de los obreros de Fasinpat habló diciendo que jamás abandonarán esos talleres, donde la voz de las asambleas ha triunfado hasta ahora sobre todos los subterfugios de los ex patrones y de la cobardía de políticos y jueces que recurren al tiempo y al papeleo burocrático para no definirse.
Como vemos, la Patagonia continúa siendo rebelde y busca otros caminos. Por ejemplo la fiesta de los cincuenta años de la biblioteca popular de Cutral-Có. Fuimos a saludar al querido centro de lectores jóvenes que quieren saber más para que el paisaje no les sea robado y la sabiduría les traiga aquella noble igualdad que se canta en el himno.
Y como si fuera poco, la exposición neuquina de la organización H.I.J.O.S., sí, los hijos, pura juventud hoy de sus padres desaparecidos. Exposición de dibujos, carteles, filmes, teatro, música. Todo bajo el título Justicia con vos. Todo para que los jueces no le den la espalda a la verdad, en los juicios que se están llevando contra esas figuras cavernarias de los represores de La Escuelita.
Y volviendo ya para acá, en la Santa Rosa de nuestras pampas criollas, los escritores pampeanos reunidos en largas hornadas: poesía, relatos, novelas, ensayos, todo con el olor a lluvia, a campo y a sol pleno. Nuestras pampas tienen sus relatores. Vale la pena escucharlos, mientras los pocos ombúes que quedan nos observan serios e impertérritos.
Regreso a Neuquén: de pronto una columna interminable, ruidosa y entusiasta rodea la casa de gobierno. Son los trabajadores de la provincia que luchan por sus derechos. Coros de protesta. Me invitan a hablar y comienzo diciendo: “Hoy he visto regresar la Patagonia Rebelde”.
El viajero regresa del Sur con la maleta más llena que nunca. Desensillamos. Miramos hacia el Sur. Hay allá como unos relámpagos que nos informan que allí la vida no se rinde.
Fuente: Página 12
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