15 mayo 2008

La extrema violencia contra las mujeres del Congo






Stephen Lewis



Hoy le han otorgado las donaciones de la campaña Give-A-Day principal y acertadamente al Doctor Mukwege, por su asombroso y heroico trabajo en el Congo. (Para los que no le conozcan, él es, por supuesto, el doctor de reconocimiento internacional que dirige el magnífico y decidido personal del Hospital Panzi en Congo Oriental). Su trabajo consiste en tratar a los supervivientes de la interminable crudeza y la desesperante letanía de la violación y la violencia sexual. Todos los que estamos reunidos en el Superdome de Nueva Orleans, hablamos del V-Day (1); y de Los monólogos de la vagina; en el Congo hay un término médico llamado “destrucción vaginal”. No necesito explicarlo; la mayoría de ustedes habrán escuchado al doctor Mukwege. Basta con decir que en el extenso panorama histórico de violencia contra las mujeres, hay un nivel de demencia demoniaca en el Congo que muy pocas veces se ha alcanzado antes, si es que alguna.


Mis comentarios se refieren a esto. Quiero desarrollar un argumento que dice esencialmente que lo que está pasando en el Congo es un acto criminal de misoginia internacional, apoyado por la indiferencia de los estados nación y la delincuencia de las Naciones Unidas.


El doctor Mukwege y otros han estado diciendo, una y otra vez, que los acontecimientos actuales del Congo se han sucedido durante más de una década. Es importante recordar que es un resultado directo de los miles de asesinos en masa que no fueron capturados tras el genocidio de Ruanda, gracias a los gobiernos de Francia y Estados Unidos, y escaparon al entonces llamado Zaire, ahora República Democrática del Congo. Las guerras y horrores posteriores fueron descritos por reporteros, por organizaciones de derechos humanos, por representantes del Secretario-General de las Naciones Unidas, por agencias, por ONGs internacionales y nacionales, por la Oficina de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas, por el Consejo de Seguridad, y durante el proceso fueron acentuados y puntualizados por los gritos y sufrimientos de más de 5 millones de muertos.


La sórdida historia va y viene. Pero alcanzó una repentina y vivida notoriedad pública cuando Eve Ensler viajó al Congo el julio y agosto del año pasado, visitó al Hospital Panzi, entrevistó a mujeres supervivientes de violaciones, y escribió un artículo visceral en la revista Glamour, que empieza con las palabras “acabo de volver del infierno.”


Eve provocó una extraordinaria reacción en cadena: después de su visita vino una delegación del actual Subsecretario-General de Asuntos Humantarios de la ONU, quién, a su regreso, escribió un editorial para Los Angeles Times en donde decía que el Congo era el peor lugar del mundo para las mujeres. Esos comentarios fueron repetidos por todas partes (incluyendo el parlamento de la UE), dando lugar a portadas en el New York Times, el Washington Post y Los Angeles Times, y a un amplio segmento de 60 minutos por Anderon Cooper de la CNN.


En gran parte como resultado de este clamor creciente contra la guerra a las mujeres en el Congo, y del hecho de que la propia Eve Ensler testificase ante el Consejo de Seguridad, la resolución de las Naciones Unidas que renovaba el protectorado de la Fuerza de Paz de la ONU (llamada MONUC) contiene algunos de los términos más duros contra la violación y la violencia sexual que se hayan visto nunca en una resolución del Consejo de Seguridad, y obliga a MONUC, en términos poco ambiguos, a proteger a las mujeres del Congo. La resolución fue aprobada a finales de diciembre del año pasado.


En enero de este año, escasamente un mes más tarde, hubo un “Acto de Compromiso”; un llamado compromiso de paz firmado por los contendientes. Utilizo intencionadamente el término “llamado” porque es difícil de encontrar ninguna evidencia de paz. Pero esa no es la cuestión: la cuestión es mucho más reveladora y mucho más condenatoria.


El compromiso de paz es un documento bastante largo. Asombrosamente, desde la primera a la última página, nunca aparece el término “violación”. Asombrosamente, desde la primera a la última página, nunca aparece la expresión “violencia sexual”. Asombrosamente, sólo se menciona “mujeres” una vez, y agrupándolas junto con los niños, los ancianos y los discapacitados. Es como si los organizadores de la conferencia de paz nunca hubieran oído hablar de la resolución del Consejo de Seguridad.


Pero se pone incluso peor. De hecho el documento de paz garantiza la amnistía –repito, amnistía- a aquellos que hayan participado en la lucha. Es evidente que hace una deliberada distinción legal, al decir que los crímenes de guerra, o crímenes contra la humanidad, no serán perdonados. Pero, ¿quién engaña a quién? Estos detalles legales no tendrán mucha importancia para las tropas en el campo de batalla, a quiénes se les han dado muchos motivos para creer que, como las violaciones que cometieron hasta entonces han sido oficialmente perdonadas y olvidadas, pueden volver a violar impunemente. Y de hecho esto es lo que está ocurriendo, como testificó el Dr. Mukwege ante el Congreso la semana pasada, diciendo que las violaciones y la violencia sexual continua.


La guerra puede variar; las violaciones no han disminuido en lo más mínimo.


Lo más absurdo de todo este vergonzoso proceso es el hecho de que las conversaciones de paz fueron “facilitadas” –de hecho fueron orquestadas- por MONUC, es decir, por las Naciones Unidas. Y quizá lo más desvergonzado de todo; a pesar de que hace siete años que existe otra resolución del Consejo de Seguridad, la 1.325, que llama a las mujeres a ser participantes activas de las deliberaciones de paz, no ha habido nadie en la mesa de paz representando a las mujeres, a las más de 200.000 mujeres cuyas vidas y anatomías fueron destrozadas por la misma guerra que las conversaciones de paz tendría que haber resuelto.


Por lo tanto las Naciones Unidas violan sus propios principios.


Pero permitidme aclarar una cosa. En los casi veinte años que llevo involucrado en trabajo internacional, he sido un activo apologista de las Naciones Unidas. Y sigo creyendo que las Naciones Unidas todavía pueden representar la mayor esperanza de la humanidad. Pero cuando las Naciones Unidas pierden la orientación, como en el caso del Congo –como es invariablemente el caso en lo que se refiere a las mujeres- mis colegas y yo, en nuestra nueva organización llamada AIDS-Free World, no nos estamos mordiendo la lengua. Hay demasiado en juego.


Lo que hace todo esto más mortificante es que en muchos sentidos la ONU es la solución. Aquellos de vosotros que a veces no dejáis de considerar posible que se acabe con la violencia sexual deberíais saber que si la ONU utilizase todo el poder de sus formidables agencias, se lograría un tremendo progreso a pesar de la indiferencia de muchos países. Pero el problema es que en la ONU hay niveles torrenciales de hipocresía.


Hoy habéis oído hablar de la campaña colectiva de la ONU para acabar con las violaciones y la violencia sexual en el Congo; hay doce agencias unidas con este objetivo común. Pero con la excepción de algunas personas magníficas de la UNICEF sobre el terreno, de quiénes Ann Veneman, directora ejecutiva de UNICEF hace bien en enorgullecerse, la presencia de las otras agencias de la ONU va desde la insignificancia hasta la inexistencia. Todo esto es sobre todo un ejercicio de retórica. Incluso el Fondo de Naciones Unidas para la Población, ostensiblemente la principal agencia en el Congo, es patéticamente débil sobre el terreno, y en su propia página web habla de problemas de financiación.


Provoca una mezcla de rabia e incredulidad ver como la ONU intenta presentarse como un actor serio en la lucha contra la violencia sexual, cuando su historial es tan lamentable. De hecho se podría decir – y sin duda tiene que decirse- que el movimiento V-Day y Eve, actores minúsculos en comparación, han hecho probablemente más para mitigar el dolor de la violencia en el Congo que ninguna de las once agencias de la ONU. ¿Quién si no, pregunto, está construyendo una Ciudad de la Alegría para que las mujeres violadas puedan recuperar cierta sensación de seguridad, y después convertirse en líderes de sus comunidades?


¿Acaso hay respuesta para este abyecto fracaso colectivo de la comunidad internacional para proteger a las mujeres del Congo? Seguro que sí, y la respuesta está arriba de todo, y la respuesta es el Secretario-General de las Naciones Unidas. No sé quién está asesorando al Secretario-General acerca de estas cuestiones, pero le están llevando cuesta abajo por un sendero que pronto estará infestado de fantasmas que atormentarán a toda su administración, y dejará un legado que siempre será mal visto. Sé cómo funciona la ONU; he sido embajador de la ONU en mí país (Canadá), subdirector ejecutivo de UNICEF, asesor sobre África del anterior Secretario-General y recientemente “enviado especial”. En el incestuoso semillero del piso treinta y ocho del secretariado de las Naciones Unidas, donde se sienta el Secretario-General, los críticos son despreciados, desdeñados y ridiculizados. Y a mí me ocurrirá exactamente lo mismo. Pero quiero que todos los aquí reunidos sepan que no tiene que ser así necesariamente.


Si el Secretario-General ejerciese un verdadero liderazgo contra la violencia sexual, en lugar de echar mano –como le han sugerido sus asesores- de declaraciones y retórica y campañas inútiles de relaciones públicas, podría cambiar las cosas. ¿Por Dios, qué les pasa a estas personas cuyas vidas consisten en moverse desde la inercia hacia la parálisis?


El Secretario-General debería convocar a los directores de las doce agencias de la ONU supuestamente involucradas en la “acción de la ONU” contra la violencia hacia las mujeres y leerles la cartilla. Debería explicarles que las notas de prensa no evitan las violaciones, y debería exigir un plan de acción sobre el terreno, con dólares y fechas límite. También debería convocar a los directores de las diez agencias que componen UNAIDS (Programa de las Naciones Unidas sobre el VIH/SIDA) y exigir un plan para examinar, tratar, prevenir y cuidar a las mujeres que han sido agredidas sexualmente, de nuevo con fechas límite. Apostaría lo que fuese a que UNAIDS nunca ha convocado una reunión de estas características, a pesar de que la violencia de los ataques sexuales en el Congo crea vías en el tracto reproductivo a través de los cuales entra el virus del SIDA.


El Secretario-General, siguiendo el ejemplo de Eve Ensler, debería insistir en una red de centros de crisis de violaciones, clínicas dirigidas a las violaciones en todos los hospitales, consejeros en violencia sexual, y Ciudades de la Alegría cruzando todo el Congo Oriental… cruzando todo el país. El Secretario-General debería exigir una lista, un registro de los países que han contribuido económicamente a terminar con la violencia, y con qué cantidades, además de los que no lo han hecho, y después publicar la lista para que el mundo la vea, con el fin de que los recalcitrantes queden expuestos a la opinión pública. (¿Qué os parece la siguiente comparación? Durante más de una década el Fondo de la ONU para acabar con la Violencia Contra las Mujeres ha alcanzado triunfantemente los 130 millones de dólares. Los Estados Unidos se gastan más de 3.000 millones a la semana en la guerra de Irak.)


Pero hay más. El Secretario-General debería emprender una cruzada personal para doblar el destacamento de tropas –es decir, la MONUC- en el Congo. Las provisiones de protección para las mujeres del llamado acuerdo de paz no pueden ser implantadas con el número de tropas actual, por alto que parezca.


Y finalmente, el Secretario-General debería apartar todos los obstáculos que impiden que las Naciones Unidas acuerden considerar al Congo como el mejor lugar donde implementar el principio de “responsabilidad de proteger.” Este principio fue aprobado universalmente por jefes de estado en las Naciones Unidas en septiembre de 2005. Es el primer gran desafío contemporáneo internacional a la inviolabilidad de la soberanía. Afirma simplemente que cuando un gobierno es incapaz o no quiere proteger a su pueblo de flagrantes violaciones de los derechos humanos la comunidad internacional tiene entonces la responsabilidad de intervenir. Esta responsabilidad puede traducirse en negociación diplomática, sanciones económicas, presión política o intervención militar; lo que sea para restaurar la justicia para con los oprimidos. La responsabilidad de proteger fue esbozada originariamente pensando en Darfur; es igualmente aplicable al Congo. Tenemos que empezar por algún sitio.


El Secretario-General se enfrenta a un enorme desafío. Tiene la oportunidad, los medios, la influencia para salvar a miles, quizá cientos de miles de vidas de mujeres; física y psicológicamente. Y si el proceso realmente comenzase en el Congo, se extendería a todas los ámbitos de la violencia contra las mujeres en cualquier lugar del mundo.


¿Quién más tiene una oportunidad como ésta? El Secretario-General de las Naciones Unidas ha dicho que la violencia contra las mujeres es uno de los temas más graves de nuestro tiempo. Bueno, si es así, entonces no tendría ningún problema en comprender que no es suficiente con hacer discursos. Y si realmente cree en lo que dice, entonces que haga lo posible para conseguirlo. Creo que la lucha por la igualdad de género es la lucha más importante del planeta. Ban Ki-Moon debería decirles a los 192 países que componen las Naciones Unidas: “O bien me dais pruebas de que vamos a vencer esta lucha o buscaros otro Secretario-General.”


“Oh,” dirá la gente, “Lewis está exagerando.” No lo creo. Estamos hablando de más del cincuenta por ciento de la población mundial, entre los que se encuentran los más desarraigados, desheredados y empobrecidos de la tierra. Si no puedes defender a las mujeres del mundo, no deberías ser Secretario-General.


Ay, preveo lo que va a pasar. Ya hemos recibido señales. El otoño pasado, en una iniciativa sin precedentes, una comisión de alto nivel sobre la reforma de las Naciones Unidas recomendó la creación de una nueva agencia internacional para las mujeres. La recomendación se fundamentaba en que el historial de la ONU ha sido pésimo. Si se crea la nueva agencia, dirigida por el Subsecretario-General, con un fondo que comience en mil millones de dólares al año (menos de la mitad de los recursos de UNICEF) y una verdadera capacidad de llevar a cabo programas sobre el terreno, cuestiones como la violencia contra las mujeres serían inmediatamente encaradas con una determinación indomable.


Las activistas sobre el terreno, las supervivientes sobre el terreno, las activistas supervivientes sobre el terreno, finalmente dispondrían de los recursos y del apoyo para el trabajo que tiene que hacerse.


Pero la creación de la nueva agencia está congelada en la asamblea general de la ONU, atrapada en el fuego cruzado entre los países desarrollados y los países en desarrollo. El Secretario-General podría hacer que se saliese del punto muerto si quitase todos los obstáculos. Él y el Subsecretario-General realizan discursos que parecen apoyar la agencia para las mujeres, pero la verdad es que el lenguaje está escogido con tanto cuidado y astucia que impediría que tuviera impacto sobre el terreno, en el país, si finalmente fuese creada. De nuevo, los asesores son incapaces de vislumbrar algo del futuro.


Este fin de semana se ha llenado de esperanza en la lucha para acabar con la violencia contra las mujeres. Personas decentes, con conciencia, han salido al primer plano en esta misma plataforma, y mujeres de mucho países han expresado palabras tan sensatas que son tan conmovedoras como convincentes. Me he decidido a relacionar el Congo con las Naciones Unidas porque como Eve ha dicho al comienzo, el Congo es el foco del V-Day del año próximo, y las Naciones Unidas pueden realmente romper el monolito de la violencia. Sólo tenemos que presionarles constantemente para que el tema sea apoyado en lugar de manipulado.


No tengo el ritmo y la cadencia de Eve. Pero conservo un poco de su espíritu, mucho de su enfado y una pizca microscopica de su amor, compromiso y coraje, que un día cambiarán el mundo.


NOTA T.: (1) El proyecto de V-day se basa en la producción de la obra "Los monólogos de la vagina" de Eve Ensler. Es una campaña sin fines de lucro que busca establecer una conexión entre el amor y respeto a las mujeres, y el fin de la violencia contra ellas.


Stephen Lewis es codirector de AIDS-Free World. Ha trabajado con la ONU a lo largo de más de dos décadas. Es asesor de Mailman School of Public Health en la Columbia University de Nueva York.


Fuente: Revista Sin Permiso









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