18 octubre 2005

LA VERDAD SOBRE TODAS LAS COSAS




Pedro de la Hoz • La Habana



Harold Pinter siempre ha defendido que “el teatro debe ser valiente y decir la verdad”. Pero las verdades de Pinter no sólo las dice sobre la escena. La vida misma es un desafío para el flamante Premio Nobel de Literatura 2005. La vida con sus costados lacerantes y sus urgencias de cambio.

El más prominente dramaturgo británico, que firmara el llamamiento de intelectuales "Detengamos una nueva maniobra contra Cuba", al conocer que la Academia Sueca lo había reconocido con el galardón más codiciado y al margen de controversias, en el mundillo literario universal, demostró que no ha dejado de ser fiel a sí mismo.

"He escrito obras durante unos 50 años y estoy también políticamente muy comprometido", dijo Pinter, quien tocado con una gorra azul y apoyado en un bastón, encontró a la prensa a pocos metros de su casa en el barrio londinense de Holland Park.

De tal manera confirmó lo que ha sido una constante en su trayectoria vital: el reflejo en la escena y en el papel en blanco (no puede olvidarse su significativa producción poética y su prosa de reflexión) de las más intensas inquietudes humanas y una irreductible vocación de servicio fundamentada en su sentido de la responsabilidad intelectual.

"Estoy profundamente comprometido con el arte y profundamente comprometido con la política, y a veces ambos se encuentran, y a veces no. Todo esto va a ser muy interesante", explicó a los periodistas que lo abordaron el jueves 13 de octubre.

Los medios de prensa británicos abordaron, de un modo u otro, la coherencia estética y política de Pinter. El diario The Independent reeditó las palabras que el dramaturgo pronunció en una de las masivas demostraciones de la ciudadanía inglesa contra la guerra en Irak: “Es un acto de flagrante terrorismo de Estado, que demuestra total desprecio de la idea misma del Derecho internacional, una acción militar arbitraria, inspirada por mentiras y más mentiras, y una grosera manipulación de los medios de información y por tanto del público. Hemos llevado torturas, bombas racimos, uranio empobrecido, innumerables asesinatos al azar, miseria y degradación al pueblo iraquí y lo llamamos llevar la libertad y la democracia a Oriente Medio”.

Su colega David Hare, desde las páginas de The Guardian, señaló que “antes de Pinter, nuestros poetas que se dedicaron al teatro, como TS Eliot o Lawrence Durrell, resultaban ora pretenciosos, ora incompetentes desde el punto de vista dramático. (...) Sin embargo Pinter, que después de todo ha trabajado muchos años de actor, ha conseguido combinar la intensidad de su visión, con un sencillo y práctico dominio de la forma”. En opinión de Hare, esto lo ha conseguido “muchas veces con un grave costo personal” por ser portavoz “de todas las víctimas de la beligerancia y la opresión”.

El Nobel a Pinter ha incomodado a algunos conservadores y reaccionarios. Roger Kimball, director de la revista The New Criterion, rabió a más no poder al decir que la Academia Sueca “ha demostrado desde hace tiempo que sus premios son ridículos, pero el premio a Pinter no sólo es ridículo, sino repugnante”. En la tertulia cultural más famosa de la televisión alemana, El cuarteto literario, hubo opiniones divididas que fueron del aplauso a una decisión valiente a la extrañeza ante la contaminación política de la dimensión pública del galardonado.

Por Pinter habla su sólida obra incisiva e innovadora. Entre sus principales piezas figuran La habitación (1957), Fiesta de cumpleaños (1958), El portero (1959), La colección (1962), Los enanos (1963), El amante (1963), Regreso a casa (1965), Viejos tiempos (1971), El silencio (1969), Paisaje (1969) y El fundamento (1978). Tras un prolongado silencio reanudó su producción dramática con Luz de luna (1994), proseguida por Cenizas sobre cenizas (1996) y Celebración (1999). También ha dejado una huella imperecedera en el cine con los guiones de El sirviente (1963), Accidente (1967), La mujer del teniente francés (1981), Traición (1982), Diario de una tortuga (1985), y El juicio de Franz Kafka (1990). Antes del Nobel de ahora, su obra ya había obtenido importantes reconocimientos entre los que pesan los premios Shakespeare, Europeo de Literatura (1973), Pirandello, David Cohen, Laurence Olivier y Moliere de Honor.

Al comentar la significación de Pinter para la escena mundial, el crítico español Francisco Díaz-Faes contextualizó sus hallazgos en “un siglo que fue descreyendo de la palabra nombrada, por temor también del psicoanálisis, que incitó a desconfiar de lo que decimos, lo que queremos decir y lo que escondemos; un siglo donde siempre han estado, hasta hoy, el teatro y la literatura, que tanto han influido al mismo Pinter. Por eso Pinter es heredero no sólo del teatro «de la crueldad», patología escénica de Antonin Artaud, sino de la que generó el teatro del absurdo, con Ionesco, Genet y Beckett. Si hace poco la vida se llevaba por delante al paradigma más largo de esa espesura dramática que llamamos teatro, Miller, podemos entender que ese grupo de lo que se llamó jóvenes airados (Osborne, Delaney, Wesker, Kops, Arden ...) vive ahora su final. Un final beligerante contra los políticos en la campaña decidida del Nobel contra los gobernantes, Blair y Bush”.

Aunque puede compartirse en sentido general ese criterio, la última aseveración se desmorona raída por el pesimismo. La semilla de Pinter no ha terminado de germinar y crecer y está muy lejos de su final, mientras haya dramas que contar, infamias que denunciar, laberintos por desentrañar, verdades que decir.

Fuente: La Jiribilla Posted by Picasa

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