“Hay que reconquistar el espacio ganado por el terror”
Medio centenar de poetas, muchos de ellos hijos de desaparecidos, leerán sus poemas en el lugar donde funcionó la ESMA. Se autoproclaman “heridos por la derrota, nunca obnubilados por ella” y proponen además un debate sobre el compromiso de las últimas generaciones.
Los detectives salvajes escupen un manojo de versos hilvanados con la potencia descanonizada del decir. Un puñado de poetas de distintos pelajes estéticos –que desmienten rotundamente con sus poemas eso de que, de noche, todos los gatos son pardos–, se autoproclaman “mestizos, plagiarios, menores, literales, inevitablemente huérfanos y olvidados; heridos por la derrota, nunca obnubilados por ella”, en uno de los prólogos de Si Hamlet duda le daremos muerte (Libros de la Talita Dorada), escrito por Julián Axat y Juan Aiub. Esta antología que nació para hablar “del margen de la poesía y no de su centro” despliega en un mismo plano 52 voces nacidas a la vera de los años ’70, en una línea que se expande hacia los ’80 y se cierra, por ahora, en 1990, al incluir, enhorabuena, a Camilo Blajaquis, el seudónimo de César González, el benjamín de los detectives. Los hermana, en el sentido pleno de la palabra, la invisibilidad que padecen frente a las voces de unos pocos poetas jóvenes que dominan el mercado. Los conecta, además, una herida que no deja de sangrar: la dictadura militar. Y se presentan en sociedad hoy a la 19 en el Espacio Cultural Nuestros Hijos, donde funcionó la ex Escuela de Mecánica de la Armada, la ESMA, sigla y edificio que anuda lo que fue el núcleo duro de la actividad represiva y el terrorismo de Estado. En ese espacio que parece que habla no bien se traspasa el umbral de la Avenida del Libertador, leerán sus poemas Emiliano Bustos, Carlos Juárez Aldazábal, Alejandra Szir, Nicolás Prividera, Inés Aprea, Dafne Pidemunt, Alberto Elías, Leandro Barret, Fernando Alfón y Juan Pablo Bertazza, entre otros.
La luz de la palabra
Emiliano Bustos –gran poeta hijo de un poeta gigante de nombre Miguel Angel, desaparecido por la dictadura– rebobina el carretel de sus recuerdos para dar con un momento que quedó, para siempre, en su retina. “En el acto de entrega de la ex ESMA, hace seis años, vi a Néstor Kirchner caminar por la vereda, y lo seguí junto a mucha otra gente –cuenta Bustos a Página/12–. Luego quise escuchar los discursos desde adentro. Y mientras los escuchaba, recordaba las marchas de los últimos años de la dictadura; el avance de los familiares por Avenida de Mayo, tan milimétricamente cerca de toda la negación posible. Por eso entiendo que la memoria tenga sus monumentos, desde una baldosa hasta la ex ESMA. Personalmente me cuesta leer en ese lugar. Para mí la ESMA siempre fue otra cosa, pero la historia quiso dibujar un espacio de lectura ahí adentro, y hay que ocuparlo.” Los poetas intuyen que es difícil leer en la ex ESMA. Que tal vez los fantasmas de la memoria en los espacios vacíos se amplifican. Y duele más. Alberto Elías sugiere que leer en esa caja de resonancia del pasado-presente implica “llevar un poco de luz, a través de la poesía y de las distintas voces que formamos parte de esta antología, a un lugar que en un momento fue puras sombras”.
La venta de papel picado
En el saludablemente polémico “segundo” prólogo de Si Hamlet duda...”, titulado “Papel picado, Kerouac y Hamlet”, Bustos despeja la maleza de la vacilación cuando arranca con una anécdota. “¡Les vendimos papel picado!”, dijo un poeta de la llamada “generación del ’90” a la salida de unas jornadas sobre poesía argentina, en un centro cultural dependiente de la Universidad de Buenos Aires. Bustos arroja preguntas a lo largo y ancho de ese texto; son preguntas dirigidas a un blanco preciso –aunque no mencione los nombres y apellidos correspondientes– que buscan perforar la epidermis de la tribu de críticos y poetas de los ’90. “¿Exitosos por vender papel picado? Por qué no –anota Bustos con la cuchilla de la ironía afiladísima–. Los poetas y los críticos, ¿no compran papel picado?”. Pero va por más cuando contrapone “épocas”. “¿Los setenta podían vender papel picado? Urondo, Santoro, Walsh, ¿vendían papel picado? –interroga Bustos, levantando la vara del debate que plantea–. Los lectores, ¿compraban papel picado? Y el poeta o crítico que compra papel picado, ¿qué hace?, ¿lo devuelve transformado?” Casi no queda resquicio para la duda, pero el remate, seguramente –sería lo esperado o deseable–, traerá mucha tela para cortar en blogs, revistas de poesía y suplementos culturales. “La venta de papel picado en la literatura argentina es un hecho y merece estudio.”
Se sabe que todas las generaciones de poetas han tenido sus fantasmas y sus padres. “Nosotros, poetas más o menos jóvenes pero actuales, padecimos la muerte de muchos padres y el posterior ocultamiento de cuerpos, lugares, obras”, subraya Bustos en su prólogo. “Como defensa no fue un mal ataque darles voz a los fantasmas. Pero, claro, el tiempo pasado entre fantasmas puede volverse demasiado real. Y entonces hay que dejar la duda, desmalezar, avanzar y largar peso. Pero largar peso –aclara– no es perder historia. Es criticar, discutir.” Bustos advierte que los ’90, precisamente, no se discutieron. ¿Por qué no se polemizó antes, “en tiempo presente”? “Me parece que a esta altura del partido se puede decir que la poesía de los ’90 es un fenómeno fundamentalmente exitoso –responde–. Ya a fines de los ’90, Arturo Carrera, un previsor, me hablaba de ‘estos chicos tan exitosos’. Hay merecimientos, claro, pero asimismo abruma el formato cerrado de esos merecimientos. Salvo excepciones, y a pesar de lo viejo que ya es todo eso, no veo voluntad en críticos y poetas de escaparle a esa lógica eminentemente ‘ganancial’.”
Foto: Carlos Aprea
Una nueva forma de lo político
“Ir a la ex ESMA es para mi generación como una peregrinación a la Meca –confirma Julián Axat–. Si a eso le agregamos que muchos de nosotros somos hijos de desaparecidos, es enfrentarnos con el agujero de mudez y fantasmas que aún nos susurran. Pero además, implica la necesidad de llevar allí una palabra-antorcha, la gesta común de una nueva forma de lo político dentro de lo poético.” El poeta y coordinador de la colección Los Detectives Salvajes –nombre que tomó prestado de una de las novelas emblemáticas de Roberto Bolaño–, que viene rescatando, desde 2007, la poesía inédita, escondida y silenciada por efecto del terrorismo de Estado –pero también publica poetas actuales, “los perdidos, menores, decadentes o mal paridos por el neoliberalismo poético”– explica la importancia que tiene el personaje shakespeariano que da título a la flamante antología. “Hamlet es el arquetipo para los que habiendo nacido en los ’70, los Hijos ya no biológicos sino literales, sufrimos el acoso del padre-espectro, también político-literario. La mejor manera de retomar esa voz sin imitarla es ir a bucear al lugar por antonomasia de su desaparición: la ex ESMA como enclave para repensar la transferencia generacional de la poesía y la política.”
¿Qué “dice” ese ecléctico margen constituido por 52 voces respecto de la memoria y el pasado? “La poesía siempre nace descentrada”, destaca Axat. “El problema es cuando aparece un seductor Mefistófeles que unge camarillas de poetas que consagran estilos. El registro poético ‘visible’ se centra y obtura como pequeño espacio reproductor de una voz dedicada a intercambiar dones al que muy pocos acceden. Me refiero a la derrota de la poesía que durante los ’90 consistió en reescribir a los abuelos de la poesía, pero bajo temáticas tales como el garche, la apatía, el de-sencanto, el ocio, el desencuentro, el spleen”, cuestiona el poeta. La antología Si Hamlet duda..., agrega Axat, “habla de nosotros y de nuestro pasado sin revolotear con la presencia de un padre poético desaparecido”. En los pliegues de cada una de las propuestas estéticas se percibe un mínimo denominador común. “Tratamos de triturar influencias sin caer en un panfleto –admite–, engendrar un virus que logre expandir la épica hacia las nuevas generaciones. La poesía, hecha por todos, irreverencia, profanación, polémica. La poesía, como la política, haciendo la guerra por otros medios.”
Los bordes de las heridas
¿Quiénes son estos 52 poetas que hoy leerán en un edificio que estuvo al servicio de la muerte? Las líneas no alcanzan para dar cuenta de cada una de estas voces que piden pista. Pero la mirada lectora captó, al azar, una seguidilla de versos que tal vez trazan mejor algunas coordenadas para configurar el “quién es quién” que la mera anécdota biográfica. “Mirar la muerte de reojo/en un espejo debidamente/colocado”, se lee en uno de los poemas del platense Andrés Szychowski, nacido en 1976. “Nadie puede medir el dolor./Lo sé y sin embargo uso el cuaderno/para eso”, escribe Alejandra Szir, nacida en 1971. Hay una muchacha cuyos versos tienen una energía arrolladora. Esa poeta, Dafne Pidemunt (1977), dice: “Roto el cordón umbilical/ningún juego es posible”. Aires nuevos para respirar trae Camilo Blajaquis, nacido en 1990: “La igualdad está lejos, pero el futuro viene/lento... pero viene/”. Otra muchacha, mendocina ella, nacida en 1979, Eliana Drajer, entrega una poesía de altos voltajes calóricos en “Puerto Quebrado” (ver aparte). “Aquí, en esta absurda ceremonia, no puedo hablar/ –se lee en uno de los poemas de Diego Roel (1980)–. Necesito una palabra nueva, una expresión más leve/. Un verbo que ilumine la noche del lenguaje.”
Estremece Gabriela Milone, nacida en la provincia de San Luis, en 1979, cuando arranca uno de sus poemas con una pregunta: “¿Mamá, me extrañás?”. A falta de espacio, hay que tajear, con perdón de los poetas, los textos. “La cajita de cristal fue tu vientre, mamá –sigue Milone–. Hoy duele la lengua/infante a destiempo,/y lo que queda es el mundo,/santuario de todas las quiebras,/infierno de cada latido/y de la sangre/en el sabor de una fe/.” Golpea, con todo su arsenal, Nicolás Prividera, el director y guionista del film M: “He visto/a las mejores cabezas de mi generación/destruidas por la estupidez./Jóvenes repitiendo viejos/gestos frívolos, entregados/al mercado como antes a la expulsión de los mercaderes/, en tiempos en que los poetas/profesan/la displicencia a cambio/de un lugar en la Academia (...)”. Eric Schierloh (1981) arremete con otro ropaje: “(...) el lagarto les habla a sus ancestros/bajo los últimos rayos del sol/y después lame/escamas de escarcha”.
Inés Aprea, nacida en La Plata en 1985, se pregunta en uno de sus poemas: “¿Será preciso hablar en el idioma de los padres? ¿Será un pecado capital hablar en la lengua trunca de los padres? ¿Repetir por pereza? ¿Imitar por soberbia?”. ¿Cómo vive Aprea la previa de la lectura en la ex ESMA? “Como acto físico, significa reconquistar el espacio ganado por el terror, por el dolor, por la tortura –subraya–. Como acto poético, implica recuperar el espacio ganado por el silencio, por el grito, por el llanto. Recuperar la palabra. En lo personal, estar presente ahí significa dar testimonio de esa recuperación. Porque la poesía es también testimonio de un tiempo, y este tiempo es propicio para la justicia, para el reencuentro, para la búsqueda colectiva. Todavía no hemos revertido la derrota de la dictadura, la derrota de los noventa con su “fin de la historia” a caballo. Pero empezamos a andar, y esta antología da cuenta de eso; estas voces empiezan a romper el silencio, a coser con palabras los bordes de las heridas. Por eso, que la ESMA se llene de nuestras voces es un hecho saludable. Lo celebro con mucho entusiasmo”.
El entusiasmo es compartido por Alejandra Szir, más allá de la carga emocional que el lugar tiene en sí mismo. “Siento que la poesía se impuso al terror de Estado; que haber recuperado los centros de detención para convertirlos en museo o en lugares para desarrollar tareas creativas es una conquista de nuestro pueblo.” El rosarino Leandro Barret (1977) elige una cita de Giorgio Agamben, como epígrafe de uno de sus poemas titulado “Hécuba”, que acaso cifre lo que se proponen los 52 poetas incluidos en la antología. “La profanación de lo improfanable es la tarea política de la generación que viene.”
Silvina Friera
Fuente: Página 12
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