18 diciembre 2010

Día Internacional del Migrante: Hablar desde el no-lugar en busca de un lugar




Ser migrante hoy es estar en las penumbras del Purgatorio de Dante. A mitad de camino entre el infierno y el paraíso. Algunos están más cerca del cielo, acomodados entre los blancos algodones de la sociedad a la que pertenecen. Otros son el envoltorio. Son aquellos otros seres empercudidos de toda suciedad, negros o casi, siempre por fuera, al margen, a la intemperie.

La Organización de Naciones Unidas (ONU) decretó el 4 de diciembre de 20001 en su Asamblea General que se proclame cada 18 de diciembre como el Día Internacional del Migrante. Este día, según versa en la página de la ONU2 "Los Estados Miembros de la ONU, así como organizaciones intergubernamentales y organizaciones no-gubernamentales, están invitados a observar el Día Internacional del Migrante a través de difusión de información sobre los derechos humanos y las libertades fundamentales de los migrantes, el intercambio de experiencias y la formulación de medidas para protegerlos." Más allá de los Estados de los que formamos parte ¿qué hacemos nosotros frente a esta realidad?

Si utilizamos el diccionario en línea que ofrece la Real Academia Española en Internet y buscamos la palabra migrante nos dice que es aquel “que migra o emigra”. Luego al buscar migra, lo define como “Méx. Cuerpo de la Policía de inmigración de los EE. UU”; y emigra no consta en este diccionario. Estas definiciones poco nos ayudan a entender esta situación que vive uno de cada treinta y tres personas en el mundo según la Organización Internacional para las Migraciones. Esta organización intergubernamental cuenta hoy con 132 países miembros3. Es tal la cantidad de migrantes que si se constituyeran en un país serían el quinto país más poblado del mundo, e indudablemente por las remesas que estos envían a su país de origen (414.000 millones de dólares) serían uno de los más poderosos.




Primero surgieron los Estados nacionales y así las fronteras, las barreras económicas que hoy son los muros o alambradas que debemos de derribar. Estos son materiales, tangibles pero acaso aquellos que no vemos, los mentales, son los más dolorosos para la condición humana. Este sistema económico capitalista que incluye a unos, excluye a tantos. Genera víctimas, ciudadanos de segunda categoría que deben de partir de su lugar de origen en busca de la dignidad humana. Según la OIM4, si el número de migrantes internacionales continúa aumentando al ritmo de los últimos 20 años podría alcanzar los 405 millones en 2050.

Los migrantes de hoy son la manifestación de un mundo globalizado que interpela la condición de ciudadano como sujeto de derechos. Quizás, más allá de las imprescindibles suscripciones a la Declaración Universal de Derechos Humanos realizada por cada país o de lo expresado en sus constituciones nacionales, lo que debemos de remover y superar es la definición de ciudadanía. Estas personas – los migrantes, los otros - amplían y redefinen el concepto, al participar en mayor o menor grado en dos comunidades, la de su país de origen y la del país de residencia. Pasan a ser ciudadanos regionales más allá de sus nacionalidades. Hoy América del Sur esta fortaleciendo cada vez más sus lazos. Sus gobiernos nacionales deberían de trabajar y crear normativas supranacionales que sirvan como ejemplo al mundo acerca de este tema.

Más allá de estas necesarias leyes que deberían de ser regionales, universales, el principal cambio lo debe de ejercer el propio hombre en su cotidiano vivir. En un mundo con desigualdades, inequidades, debemos de sensibilizar nuestro proceder. Derribar nuestras propias fronteras que nos cierran de los otros abriendo nuestros brazos. Estos son los pequeños actos revolucionarios que necesita nuestro mundo.

Pablo Nuño Amoedo
Licenciado en Ciencias de la Comunicación y migrante

Fuente: Rebelión





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