El Premio Cervantes habla de los poemas, la eternidad del libro y la coyuntura: “Hay una nueva era de golpes de Estado, debemos estar en vigilia permanente”.
En la excepcional rabia del sol de otoño resiste agazapada la tristeza del invierno. Un poeta dueño de todas las sonoridades de la lengua no puede pasar inadvertido. Aunque quiera. Una travesura sorda campea por las pupilas de Juan Gelman. La picardía humedece sus ojos durante unos segundos. “Yo no estoy en la tercera edad, estoy en la cuarta”, afirma con su voz en baja potencia, como si generara un tajo en el tiempo que obliga a callar para escuchar mejor la explicación. “La primera es la niñez; la segunda es la juventud y la madurez, la tercera es la vejez. Pero la cuarta es ‘¡qué bien se te ve!’. Lo que piensan entre paréntesis y no dicen es: ¡Para los años que tenés, pibe!” El poeta que hoy cierra la 62ª edición de la Feria del Libro de Frankfurt –ceremonia de traspaso en la que se entregará a Islandia la categoría de invitado de honor– consigue despejar la maleza de los lugares comunes con el grano de una pequeña ironía de su puño y letra, que le sirve para masticar o digerir la cifra del tiempo.
En cada caminata que emprende –por el pabellón argentino o por el stand editorial–, las bocas de hombres y mujeres, que saben que Gelman cumplió 80 años en mayo pasado, lanzan una seguidilla de elogios y piropos a nuestro Premio Cervantes. Todos arrancan con el “¡qué bien se te ve, Juan!” La cuarta edad –es cierto– le sienta muy bien. La serenidad se dibuja en su rostro cuando habla. Aunque el paisaje de los negocios de la Feria le resulta ajeno –lo contempla y transita como convidado de piedra–, comenta las impresiones inmediatas de la participación argentina en la vidriera mundial del mercado editorial. “Hay que esperar que pase el tiempo a ver qué sucede. Lo que me alegra es que muchas obras de autores argentinos fueron traducidas al alemán; así se abre camino la literatura argentina. ¿Qué va a pasar después? Yo no lo sé”, admite el poeta que tiene uno de sus últimos libros, Mundar, traducido al alemán gracias al programa Sur.
–El modo en que participó la Argentina, haciendo hincapié en la memoria y los derechos humanos con la muestra Ausencias y la antología de escritores desaparecidos, era impensado hace diez años, ¿no?
–Escuché críticas por ahí, pero que corresponden a cosas un poco diferentes. Ausencias, la muestra fotográfica, me parece absolutamente extraordinaria, sin palabras... creo que tenemos el mejor gobierno posible al que podía aspirar la Argentina; ahí están los datos, pero no voy a incurrir en ellos. Hay cosas no resueltas, hay errores que comete el Gobierno, pero al mirar un poco lo que es la oposición, ¡Dios mío!; es una oposición sin programa que lo único que propone es que cualquier medida o proyecto del Gobierno es malo. Me gustaría saber qué proponen porque no veo que haya propuestas. Una buena oposición ayudaría a enriquecer el trabajo del Gobierno, pero tenemos una oposición tonta, destructiva... no, no es tonta: obedece a intereses muy claros.
–Parte de esa oposición que pertenece a la izquierda progresista sostiene que el Gobierno usa la política de los derechos humanos. ¿Qué piensa cuando se plantea este tipo de crítica?
–Esa izquierda tiene que hacer algo, no puede opinar desde el punto de vista de los intereses de la oligarquía o de los ganaderos; tiene que criticar desde aquello que está teóricamente en su campo. Me parece que toda insistencia es poco, todavía no se puede decir que la sociedad en su conjunto haya tomado conciencia de lo que realmente ocurrió. Aunque no se repita la dictadura militar –que yo no lo excluyo–, ninguna sociedad puede caminar con paso firme si no hay una conciencia cívica. Y la falta de memoria debilita la conciencia cívica.
–¿Por qué dice que no excluye que se repita una dictadura militar?
–Me parece que empezamos una nueva era de golpes de Estado –Honduras y Ecuador–, de manera que no veo por qué vamos a estar exentos. No digo que vaya a ocurrir ya ni nada por el estilo. El Ejército cambió un poco, pero los intereses en juego son muy fuertes. Hay que estar en estado de vigilia permanente.
La mirada súbitamente turbia de Juan parece cruzada por ramalazos del pasado. O de un presente que no tiene el menor remilgo de intentar emular –con otros ropajes– las experiencias del terrorismo de Estado de los años ’70. Un vecino en los territorios del dolor se aproxima, luchando contra esa forma de timidez que irrumpe, a veces, cuando se está ante alguien admirado y leído hasta el paroxismo. Fernando, el nieto de Elsa Oesterheld, le pide a Gelman si le puede dedicar la antología bilingüe de poesía, compilada por Daniel Samoilovich. “Ya me firmó Diana Belle-ssi”, le cuenta y le aclara que admira a la poeta y a él. El acento afectivo de la letra de Juan, que se imprime sobre la primera página del libro, se nota a la legua. Cumple el pedido como si en verdad fuera el guiño que estaba esperando; algo que debía suceder. La brevísima interrupción inclina la cancha hacia el terreno de la poesía. Juan dice y repite esa suerte de estribillo que recita cuando se enciende un grabador o le ponen un micrófono: “Ni los premios ni los reconocimientos escriben por uno”.
–¿Pero les sirve a sus libros y a la poesía en general que sea tan premiado?
–El problema de la poesía y el arte en general es que está vinculado con fenómenos sociológicos más complejos. La poesía no es una isla de la realidad. Peor que el poeta que vende poco es la situación de la gente que no puede leer; no sólo por el precio del libro, sino por la situación de pobreza, que me parece más grave que lo otro. La poesía siempre estuvo arrinconada en los catálogos de las editoriales; pero la necesidad de escribir poesía siempre va a existir.
–¿Cómo explica esa necesidad de seguir escribiendo poesía a los 80 años?
–Porque nunca la agarré; la sigo buscando a ver si la agarro alguna vez (risas). La señora es muy huidiza y supongo que ése es el motor. Soy tenaz, a ver si algún día la puedo acostar de espaldas, pero mientras tanto me pone de espaldas ella a mí. Y esto no es coquetería.
–Cuando mira sus libros, ¿cree que alguno envejeció distinto?
–El que envejece distinto a todos mis libros soy yo. No sé qué decirle porque todos obedecen a distintos momentos y esos momentos son importantes para mí. Después, que envejezcan o no... ahí está Cronos que decide.
–Sus libros no son parecidos entre sí; cada obra representa una pequeña ruptura. ¿Esto respondió a un plan, al hecho de no querer repetirse, no escribir en piloto automático siempre el mismo libro?
–No, no creo. Uno escribe en general de pocas cosas, pero en la medida en que el tiempo pasa diría que es como una espiral: lo mismo se ve desde otro lugar; entonces ese otro lugar exige otra expresión. Lo que me mueve a escribir son obsesiones. El otoño que viví en 1960 no es el mismo que estoy viviendo ahora; y no me refiero a la edad, sino a las estaciones. Cuando esa obsesión te acosa, si trazás una coordenada, la obsesión empieza en círculo y la expresión en cero. En la medida en que vas logrando de algún modo la expresión de esa obsesión, la obsesión baja en intensidad y la expresión gana. El peligro es repetirse cuando la obsesión está muerta porque conseguiste un mecanismo. Cuando cierro algo que agotó la obsesión, leo con mucha atención los últimos poemas para que no sean la repetición de la maquinita. Pero no me propongo nada; es imposible proponerse algo con la poesía. Los poemas andan por donde ellos quieren.
–¿Festejamos el Nobel de Literatura el próximo año?
–No creo que me lo puedan dar. Hace 26 años que la Academia Sueca no premiaba a nadie en lengua castellana, un espacio de tiempo muy grande tratándose de la tercera lengua en importancia. Hasta que vuelva a ser premiado un escritor en lengua castellana pueden pasar otros 26 años, como mínimo.
Juan vive la experiencia de silabear el mundo en cada poema que escribe. Ahora mismo desglosa pedacitos de versos que mañana –tal vez– serán un nuevo poemario. “El libro impreso nunca va a desaparecer”, subraya con la convicción de quien ha oído muchos falsos apocalipsis. “Internet no tiene nada que ver con el momento de la escritura, pero sí con la difusión de poemas. Hay grandes dificultades para editar poesía, especialmente para los jóvenes y los que no son best sellers, aunque en general la poesía no lo es”, plantea. “Por Internet se difunden a los grandes poetas; pero también ha favorecido un cierto ejercicio light de la poesía. Muchos creen que escriben un poema y los cuelgan. Y algunos son para colgarlos a ellos. A los poemas me refiero.” (Risas.)
Silvina Friera
Fuente: Página 12
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