Cuando hablo con algunos compañeros sobre la poesía de Miguel, siempre surge ¡cómo no! la comparación con otros poetas de la época, Lorca, Alberti, Neruda...... Cada uno de nosotros da su versión sobre la capacidad de transmitir sensaciones y emociones, pero, al final, siempre terminamos hablando de Miguel, de lo que yo llamo “la poesía de las entrañas”, la poesía desgarrada, la que se hace desde la esencia del hombre. Miguel centró gran parte de su producción poética en torno a tres ejes, la muerte, la vida y el amor (“llegó con tres heridas, la del amor, la de la muerte la de la vida....”), pero no deseo hablarles de la muerte, sino de la pasión por vivir las cosas sencillas.
La profundidad de la poesía hernandiana nos enseña el valor de esas pequeñas cosas que son la esencia de la vida, las que en definitiva merecen la pena. Y ello lo vemos, no sólo en sus escritos, también en sus palabras, las que dirigía a sus amigos y conocidos precisamente a la hora de compartir esos momentos cotidianos.
El médico oriolano Vicente Escudero recuerda una de esas anécdotas: de regreso de su primer viaje a Rusia, Miguel se encontraba en la estación de tren de Alicante, y allí fue recibido por un grupo de amigos dispuestos a acompañarle en el viaje de regreso a Orihuela. Por aquel entonces, la comodidad y la rapidez de los trenes de cercanías no eran precisamente lo que tenemos hoy en día. Los asientos eran de madera, y el tren tardó más de dos horas en realizar el trayecto entre Alicante y Orihuela. Los pasajeros tenían tiempo incluso para bajar del tren en marcha, arrancar algunas naranjas de los huertos contiguos a la vía férrea, y volver a subir a otro vagón. Había tiempo también para la conversación pausada. Escudero le preguntó a Miguel por Rusia, cómo era aquel país, sus grandes avenidas, sus museos..... Miguel le dijo que para conocer de verdad la esencia de Rusia había que viajar a la estepa, a las pequeñas villas, donde se encontraba el alma del pueblo ruso. Y le puso un ejemplo: “es como el pastel de gloria de Orihuela, el soplillo es lo primero que vemos, pero si hurgamos en el interior encontramos la yema, que es lo mejor del pastel....”.
Miguel quería vivir, sacar jugo a la vida, por eso desgranaba la esencia del ser humano como se pela una granada. Pero para él vivir era sobre todo ser, no tener, era la espiritualidad del ser humano, no su materialidad. Y ello lo vemos continuamente en su poesía, incluso en la escrita en los momentos más críticos de agonía en la cárcel de Alicante:
“El hombre no reposa, quien reposa es su traje,
cuando colgado mece su soledad con viento.
Más una vida incógnita, como un vago tatuaje,
Mueve desde las ropas dejadas un aliento....”.
Francisco Escudero Galante
Fuente: InfoPoesía
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