No podemos claudicar ante balas asesinas. Sería traicionar a los que murieron ese día, a esa ciudadanía heroica que salió desarmada a defender la democracia. Reconciliar con criminales es imposible, eso sería permitir la impunidad. Vamos a continuar. Aún más: radicalizaremos la revolución.
El presidente Rafael Correa llega con un poco de atraso a su oficina en el Palacio de Carondelet, donde ha citado a La Jornada, porque antes ha ido a visitar en el hospital infantil a un niño de 11 años que el 30 de septiembre, entre el caos y la violencia desatada, recibió un disparo de bala expansiva en la pierna. El chico sufrió dos paros cardiacos pero por fin, casi al mes de los sucesos, se restablece satisfactoriamente.
Durante la entrevista Correa se expresa a ratos con una franqueza poco común en jefes de Estado: “Estamos ciegos, en ceros, en materia de inteligencia para la seguridad interna”. Indignado con los sectores que participaron en la conspiración, incluidas las organizaciones indígenas que ahora hacen política en alianza con la oposición de derecha. Cauteloso antes de avalar la lealtad de las fuerza armadas a su gobierno: “se portaron muy profesionales. No todos, pero en general. Ahí también hay infiltración”.
Basta con ponerle el tema de las horas de peligro que vivió el 30 de septiembre sobre la mesa para que reviva con vehemencia y evidente tensión los “tres o cuatro momentos” en los que sintió que podía morir, sobre todo durante el tiempo que estuvo retenido en el Hospital de la Policía: “Hubo un momento en el que lo único que hice fue rezar un padrenuestro y acostarme en el piso de la habitación. Más que miedo sentía indignación por la traición de esa gente. Y tristeza. Si me tocaba morir dejaba este proceso a medias, dejaba a mi familia, mis hijos.
“En una sociedad civilizada, con gente como los golpistas no se conversa: se aplica la ley.” Desencantado: “Yo me siento como un perdedor; todos perdimos”. Y retado: “No vamos a claudicar, vamos a radicalizar este proceso. Es una deuda con la ciudadanía heroica que salió a la calle a defender la democracia”.
Pero lo que de verdad lo enoja es la estrategia de sectores conservadores, repetida por medios de peso como CNN y The Washington Post, de negar que lo de hace un mes fue un complot: “Niegan el intento de asesinato del presidente, niegan que estuve secuestrado, dicen que esto es un show. ¿Quién se puede tragar esa piedra de molino? Ahí están las pruebas, ahí están los muertos, ¡por Dios!”
Es un dolor personal. Y se le nota. Alguien cercano al presidente nos contaría que en las primeras horas del conflicto, cuando se presentó al regimiento Quito para atender la protesta de los policías y se vio acosado y gaseado por éstos, uno de los sublevados llevaba un bate y le lanzó un golpe que iba directo a su rodilla lesionada, que lo tiene ya desde hace meses entrando y saliendo del quirófano, usando muletas y hasta silla de ruedas. Un escolta se interpuso. Le fracturaron el tobillo.
Más tarde otro guardia, uno de sus más cercanos, se quitó el chaleco antibalas para colocárselo al presidente. Le tocó una bala en la espalda y se teme que quede parapléjico. Finalmente, otro más, joven del Grupo de Operaciones Especiales, cayó abatido en el momento del rescate cuando cubría con su cuerpo la ventanilla de la camioneta sin blindaje en la que sacaban al presidente en medio de un intenso tiroteo.
Después de Zelaya, “el siguiente soy yo”
–Después del golpe a Manuel Zelaya, en Honduras (28 de junio 2009), usted declaró: “yo soy el que sigue”. ¿Qué señales veía usted entonces?
–Desde el primer día de mi gobierno vivimos una conspiración permanente, como todos los gobiernos del cambio en América Latina. Qué casualidad que somos nosotros –2002 Venezuela, 2008 Bolivia, 2009 Honduras, 2010 Ecuador– los que hemos sufrido intentos de golpe. La posibilidad de que esto sea casualidad es nula. ¿Por qué? Porque estamos cambiando las cosas.
–Sorprende la forma en que usted reconoce que las estructuras de inteligencia han sido penetradas por la CIA.
–Es que es así. Cuando yo llego al gobierno, sinceramente, por mi origen académico, ese tema ni siquiera era una prioridad. Fue mi gran error. ¿Qué es lo que me devuelve a la realidad? El primero de marzo de 2008, cuando tuvimos evidencia de que las instancias de seguridad del Estado ecuatoriano conocieron con anticipación del ataque colombiano a Angostura y no nos informaron. Le avisaron a la embajada de Estados Unidos.
“Ahí nos damos cuenta de que esas unidades recibían presupuesto de EU. Se forma una comisión que se pone a investigar y entre sus recomendaciones está desmantelarlas. Tenemos evidencias de que su jefe, el coronel Mario Pazmiño, era empleado de la CIA.
“Cuando lo despido y decidimos que somos nosotros los que vamos a nombrar a la directiva de la unidad, la embajada de Estados Unidos decide llevarse el equipo que había dado. Pero los directores no sólo les dan los equipos, sus camionetas, las computadoras, sino ¡la información de las computadoras! Imagínese el servilismo de esta gente.”
–¿Qué tan grande fue el boquete que se le hizo a la seguridad interna?
–Quedamos en cero. Todos los cuadros de inteligencia trabajaban para la CIA. Hemos tenido que buscar cuadros alternativos, algo que no se forma de la noche a la mañana. Recién en 2009 logramos aprobar la ley del sistema nacional de inteligencia.
–¿Esta debilidad es lo que se manifestó el 30 de septiembre?
–Por supuesto. Hubo traición en ciertos sectores de inteligencia de la policía.
–¿Y de las fuerzas armadas?
–También. El partido Sociedad Patriótica estuvo involucrado. Su origen es militar. Hay núcleos duros que, según consta en el informe de la Comisión de la Verdad, atentaron contra los derechos humanos y se sienten identificados con estos partidos.
–¿A esta hora usted puede confiar en la lealtad de las fuerzas armadas?
–Bueno, se portaron profesionalmente. No todos. Y en general tienen un agradecimiento con este gobierno, ya que les hemos duplicado el salario, los hemos equipado. Cuando llegamos los encontramos en un estado de indefensión. Sólo 7 mil, de 42 mil policías, tenían armas. Los dotamos con patrullas, municiones, equipos de telecomunicaciones. Lo mismo en la Fuerza Aérea. Al principio no teníamos prácticamente nada, ni helicópteros. Ahora tenemos ya 14 Super Tucanos.
“Pero hay grupos duros con vinculaciones políticas a quienes no les interesa ni la Fuerza Aérea ni la democracia, sino mantener sus privilegios y sus conductas represivas.”
–¿Que mecanismos tiene la ciudadanía para defenderse de conspiraciones de este tipo?
–En esto Hugo Chávez y Evo Morales nos llevan ventaja. Chávez viene de una formación militar, conoce de esto y ha transformado el inmenso capital político que tiene en estructuras organizadas. Evo viene de los movimientos sociales, de una larga lucha, y tiene el apoyo de todas esas bases. En Ecuador el proyecto de Alianza PAIS es una reacción de la ciudadanía ante tanto desastre, tanto saqueo. Y sinceramente no soy experto en cuestiones militares o policiacas. El desafío de la revolución ciudadana es transformar el apoyo popular que tenemos en estructuras movilizadas como la mejor manera de disuadir estas intentonas.
Desencuentros
–Usted viene de la academia, pero de la mano de un movimiento popular. Ecuador en los 90 fue pionero en la participación del movimiento indígena. ¿Ésa ya no es la base de su gobierno?
–Tenemos el apoyo de muchos movimientos sociales, pero cuidado: se ha manoseado mucho el nombre de movimiento social. Ahora cualquier cosa es movimiento social, cuando muchos de sus dirigentes son en realidad políticos fracasados que perdieron en las elecciones y hacen política desde sus estructuras para imponer su agenda.
“Hay un movimiento social e indígena que está con el status quo, con la derecha. Hay que separar la miel de la cizaña. Tiene razón en que el despertar del movimiento indígena de Ecuador en los 90 fue el movimiento social más importante de América Latina. Y nosotros estamos con ellos.
“Pero se ha distorsionado mucho esa pureza inicial. Ese movimiento hizo un partido político, Pachakutik. Su directiva está tomada por ciertos líderes que votan con la derecha, y el 30 de septiembre pedían la renuncia del presidente. Es una pena enorme. La CONAIE y Pachakutik han perdido totalmente la brújula.”
–El primer pronunciamiento de la CONAIE fue de rechazo al golpe.
–Después se desdijeron. Los asambleístas de Pachakutik estuvieron y están con los golpistas. Tibán hace unos días usó expresiones muy groseras. Dijo que si el presidente hubiera muerto no era por valiente, sino por cojudo. Su hermano, dicho sea de paso, es policía y está preso.
–¿Descarta usted un rencuentro con estos sectores?
–No. Yo estoy abierto. Pero ojo: movimiento indígena como proceso histórico de emancipación, ahí estamos totalmente de acuerdo. Nuestro gobierno es de los indígenas. En las elecciones pasadas donde sacamos mayor votación fue en la provincia de Embaburo, con mayor población indígena del país. Con los dirigentes de la CONAIE, con su miopía, con las barbaridades que han dicho –me han llamado genocida, xenófobo, etnocida–, con ellos va a ser muy difícil.
Obama, “de confianza”
–Habla de la penetración de la CIA, pero no del gobierno estadunidense. ¿Cual fue su papel en este episodio?
–Como gobierno, yo creo que Estados Unidos aquí no intervino. No excluimos la participación de ciertos sectores que actúan incluso contra el presidente Barack Obama. De ellos no tengo ninguna prueba, pero no excluyo que hayan intervenido de algún modo. Lo que sí excluyo, por la confianza que les tengo, es a Hillary Clinton y al presidente Obama.
–¿Dice que es de confianza su relación con Obama?
–Él me llamó un par de veces después del 30, muy cortés, preocupado por lo que se decía en ciertas publicaciones. Me aseguró que no tuvo nada que ver. Le respondí que no tenía que darme explicaciones. Es buena persona, pero no ha podido cambiar la inercia de gran parte del aparato político de Estados Unidos.
–La versión de que el 30 de septiembre no hubo un intento golpista ha encontrado mucho eco. La duda ha calado. ¿Qué se pretende negando las evidencias?
–La ignorancia de la derecha y de ciertos medios de comunicación es tal, que ni siquiera conocen que una de las categorías básicas de sociología política latinoamericana es que cualquier levantamiento de fuerza pública ya se considera un golpe de Estado. Lo que hubo fue una agenda política que se puso en marcha desde el momento en que yo llego al Regimiento Quito y cercan la caravana presidencial. Ahí estaba el lugarteniente del coronel Lucio Gutiérrez (ex presidente golpista y derrocado a la vez, fundador del partido opositor Sociedad Patriótica), Fidel Araujo, con chaleco antibalas dirigiendo la operación. (Araujo fue detenido sin derecho a fianza el 5 de octubre). En sus declaraciones ha dicho que estaba ahí porque había ido a visitar a su mamacita que estaba cerca.
–¿Por qué esta estrategia?
–Porque nos tratan de desacreditar. Niegan el intento de asesinato, que estuve secuestrado. Ahí están las pruebas, ahí están los muertos, los registros de las telecomunicaciones de las radiopatrullas con la orden “maten a Correa”. ¿En una protesta policial por mejoras salariales tratas de tomarte las antenas de televisión, la televisora oficial, cierras el aeropuerto? Creo que con estas mentiras están cayendo en ridículo. En buena hora.
De La hoguera bárbara y la cercanía de la muerte
–Estos días, a propósito del plan B, el del magnicidio, hay quienes han recordado el libro La hoguera bárbara, sobre el brutal asesinato, hace un siglo, de Eloy Alfaro.
–El relato de Alfredo Pareja sobre cómo arrastraron hasta la muerte a nuestro líder liberal. No, no me voy a comparar con Eloy Alfaro, el único que ha hecho una verdadera revolución en este país y que para nosotros es una inspiración. Pero esto que pasó el 30 sí tuvo mucho de bárbaro. Vengo de visitar a un niño que a tres cuadras de aquí fue herido ese día. Estos desalmados le dieron 17 balazos a una ambulancia, hirieron al conductor y al asistente y en esa balacera una bala le atraviesa la pierna al menor.
–¿Qué pasó por su cabeza, pensó que de verdad podía morir?
–Sí, claro, no en uno, sino en varios momentos. Ahora sé que cuando a mí me llevaban al hospital, entre los gases y los sublevados que me golpeaban, el director del Hospital de la Policía (César Carrión) mandó poner candados para que no pudiéramos entrar. La seguridad mía tuvo que rastrear el área, penetró por otro lado, quitaron los candados y abrieron. Luego declaró a CNN que yo no estuve secuestrado, sino que estuve perfectamente atendido.
“¿Cual es la verdad? Que cuando nos llevan a emergencias no nos dejan salir, tuvimos que refugiarnos en el tercer piso con la poca seguridad que tenía en ese momento y cerramos la puerta. La quisieron tumbar. Siempre estuvimos acorralados, hasta que llegó una unidad de elite a darnos resguardo.
“Hubo tres o cuatro momentos en que sí sentí la muerte muy cerca. Uno, cuando golpeaban la puerta del tercer piso estos salvajes para buscarnos. No nos venían a saludar, ¿verdad? Y después...”
Correa se detiene unos segundos, da un gran suspiro. Es notorio que está reviviendo momentos de gran intensidad. Se repone instantáneamente y sigue:
“Después viene mi seguridad y me dice que interceptó comunicaciones con la orden de matarme, que ya vienen, están subiendo francotiradores. Se oía la balacera. Yo lo único que hice fue rezar un padrenuestro y acostarme en el piso de la habitación.
“Otro momento fue durante el rescate. Balas por todos lados. Llegaron a rescatarme en una silla de ruedas, tengo 25 puntos en la rodilla de la última operación. No se podía salir por la puerta principal. Tuvieron que esconderme unos 10 minutos en un cuartito de limpieza, oscuro. Dieron la orden de salir por atrás y ahí también nos balearon. Con todo mi equipo sentíamos la muerte muy cerca, pero hubo mucha serenidad.
–Perdón por la pregunta, pero ¿qué sintió?
–Más que miedo, una indignación enorme por la traición. Y tristeza. Si me tocaba morir dejaba este proceso a medias, dejaba a mi familia, mis hijos. (sacude la cabeza casi imperceptiblemente.)
“Hubo cinco muertes y decenas de heridos entre mi gente. Es un verdadero milagro que esté vivo, porque ¡cómo nos dieron bala!”
–Políticamente, ¿cómo se siente ahora? ¿Cuales son las perspectivas de su proyecto?
–Dicen que el 30 de septiembre hubo una victoria porque aumentó nuestro índice de popularidad. Pero yo me siento un perdedor. Renunciaría a esos puntos de popularidad si pudiera volver a la vida a estos jóvenes que murieron ese aciago día. Tengo a mi escolta en un hospital en Estados Unidos. Dios quiera que no quede parapléjico. Todos perdimos.
–¿Es hora de cambiar, de frenar la revolución o, por el contrario, de radicalizar algunas medidas?
–Por supuesto, radicalizar. ¿Cambiar qué, por qué? Si tenemos más apoyo que nunca. No podemos claudicar ante balas asesinas. Sería traicionar a los que murieron ese día, a esa ciudadanía heroica que salió desarmada a defender la democracia. Reconciliar con criminales es imposible, eso sería permitir la impunidad. Vamos a continuar. Aún más: radicalizaremos la revolución.
Blanche Petrich
Fuente: La Jornada
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