26 agosto 2008

Uruguay: El futuro exige verdad y justicia






Cada año, el 25 de agosto, los orientales (gentilicio de los uruguayos) conmemoran una Declaratoria de Independencia que no es tal, cada año se cuestionan qué es lo que se festeja y qué país es el que se constituyó a partir de una difusa fecha entre 1825 y 1830. Este año, con la muerte de Elisa Dellepiane, los uruguayos se preguntan también cuál es el futuro en una sociedad sin verdad y sin justicia.


Elisa Dellepiane fue la esposa del senador Zelmar Michelini, uno de los fundadores del Frente Amplio de Uruguay, asesinado en la ciudad de Buenos Aires el 20 de mayo de 1976, junto con el diputado Héctor Gutiérrez Ruiz (del ala progresista del Partido Nacional) y los militantes tupamaros William Whitelaw y Rosario Barredo.


Simultáneamente fue secuestrado y desaparecido el médico comunista Manuel Liberoff, en una operación que reveló la coordinación de las dictaduras del Cono Sur. Liberoff fue visto por última vez en el centro clandestino de detención Automotoras Orletti, cuando curaba a compañeros que habían sido torturados.


Elisa fue, además, madre de diez hijos e hijas, de los cuales seis estuvieron presos o exiliados, pero en la larga dictadura uruguaya que transcurrió de 1973 a 1985 mantuvo a su familia unida: “No me detenía a pensar en lo más inmediato, en lo mucho que lo necesitaba porque entonces tenía seis hijos chicos, sino en el dolor de una ausencia que iba a durar toda mi vida...” declaró en 1996 al semanario Brecha.


La luchadora


La esposa y madre Elisa se convirtió en la luchadora Elisa en los cuarteles y penales donde visitaba a sus hijos e hijas, en las reuniones con madres y abuelas que buscaban a sus hijos y nietos desaparecidos, en la solidaridad con quienes -junto con el dolor de la pérdida- habían quedado en el desamparo.


La casa de los Michelini, en el barrio La Mondiola de Montevideo, estaba siempre llena de gente, y aunque muchas veces fue allanada por las Fuerzas Conjuntas (militares y policiales), jamás dejó de ser un lugar de cobijo para quienes necesitaban un lugar donde pasar la noche mientras escapaban de los represores. En las sobremesas, luego de haber multiplicado panes y peces, Elisa -junto a sus hijos Rafael, Felipe, Graciela y Marcos, por aquel entonces apenas adolescentes y niños- analizaba el curso de las luchas contra la dictadura.


Probablemente en alguno de esos domingos, luego de los ravioles -imprescindibles en toda familia uruguaya descendiente de italianos- Elisa decidió junto a sus hijos su incorporación a la organización de Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos, y probablemente en una reunión igual tomó la decisión de ir los viernes a la céntrica Plaza Libertad de Montevideo, en silencio, desafiando la represión, junto a otras mujeres ya maduras a portar las fotos de los seres queridos que ya no volverían a ver.


Sin venganza


A la salida de la dictadura, y ante la aprobación por parte de la mayoría blanqui-colorada del Parlamento de una ley que garantizaba la impunidad para los violadores de los derechos humanos, Elisa encabezó junto a Matilde Rodríguez -viuda de Gutiérrez Ruiz- y María Esther Gatti -madre y abuela de desaparecidos- la Comisión Nacional Pro-Referendum, que promovía que esa norma fuera plebiscitada, para que el pueblo decidiera cuál era la salida, sin venganza pero con justicia.


“Por venganza no, las cosas sucedieron. Golpe de Estado hubo, las cárceles estaban. La venganza no ayuda a nada, lo que ayuda es la verdad. No se actúa por venganza, por lo que hicieron con mis hijos o con mi marido, eso ya no me sirve de nada. Lo que me sirve es saber la verdad. Es eso, hay que ir poco a poco, quiero que las cosas vuelvan a lo que tienen que volver. Que la verdad se sepa”, le decía al diario El País de Montevideo, luego del procesamiento del ex presidente de facto Juan María Bordaberry, quien fuera sentenciado precisamente por el crimen de su marido.


El 20 de mayo de cada año, Elisa junto a miles de ex detenidos políticos y familiares de éstos y de desaparecidos, reclamaba silenciosamente marchando a lo largo de la avenida 18 de Julio reclamando verdad y justicia.


Elisa reclamaba que una sociedad sana no puede basarse en la mentira y la injusticia: “se debe seguir adelante ya que hay muchas cuestiones positivas de las que ocuparse. Pero una cosa no quita la otra: uno puede seguir adelante pero al mismo tiempo luchar por valores fundamentales de la sociedad, como la justicia y la verdad. Muchos ejemplos existen de que no puede haber una sociedad sana basada en la mentira. Me parece muy mal la corrupción del dinero, pero mucho peor la corrupción de los valores humanos, ¿verdad?” afirmaba en la misma entrevista al semanario Brecha.


“Muchísimas cosas han pasado en lo político, menos la verdad sobre lo que ha ocurrido en los tiempos de la dictadura. Eso creo que es lo que a la gente hoy más le duele; le duele que pasen los años, los discursos, y sobre este tema no se avance nada. Pese a todo hay pruebas de que la necesidad de verdad perdura, de que se abre camino pase lo que pase. Yo no aspiro a una verdad filosófica, sino a confesiones que apunten a cosas concretas. Que nos digan el porqué de las muertes y qué pasó con los desaparecidos. Que nos digan por qué detrás de un niño encontrado no aparecen los padres, vivos o muertos”, afirmaba con serenidad, pero con vehemencia.


Sacudirse el dolor, el miedo y la tristeza


Y es que lo orientales, que en su Himno Nacional reclaman “libertad, o con gloria morir”, se niegan a construir un país para sus hijos y nietos basado en la ignorancia de quiénes han sido las personas que ordenaron y ejecutaron los bárbaros crímenes ejecutados durante la dictadura.


No pueden permitirlo quienes sufrieron en carne propia el dolor de los “infiernos”, como se conocía a los centros de tortura; ni sus hijos e hijas, niños de infancias y sueños perennemente truncados; ni las madres padres, esposas y esposos -hoy ya casi todos ancianos- que no pueden olvidar el momento en que los seres amados les fueron arrancados; pero sobre todo, no puede permitirlo una sociedad que quiere sacudirse el dolor, el miedo y la tristeza.


Zelmar Michelini, Héctor Gutierrez Ruiz, Manuel Liberoff, Gerardo Cuesta, Elena Quinteros, Nybia Zabalzagaray, Vladimir Roslik, Adolfo Wassem, Nuble Yic, son algunos nombres de las decenas de miles que fueron presos en la gran cárcel que fue Uruguay.


Verdad y justicia es lo que esos nombres reclaman, verdad y justicia exigen sus deudos, verdad y justicia requiere el país.


Elisa seguirá marchando, junto a Zelmar, por el Uruguay del futuro.


Todos los uruguayos son sus hijos, y marcharán empecinadamente junto a ellos por ese país que aunque no logre tener nunca demasiado claro de dónde viene, tiene la certeza de hacia dónde va.


Fuente: ABN






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