03 mayo 2008

El hombre que lo puso todo en duda







CARLOS MARX



Paquita Armas Fonseca • La Habana



Parece que desde su natalicio el 5 de mayo de 1818, la vida de Karl Marx estaría signada por la polémica. Hijo de un descendiente de rabinos, Herschel Mordechai, en su infancia escucharía como al padre le empezaban a decir Heinrich. Convertirse al cristianismo, con cambio de nombre incluido, fue la salida que encontró el abogado judío para que ni sus hijos ni el mismo sufrieran discriminación en la Alemania decimonónica, especialmente en Tréveris donde nacieron sus vástagos , incluido el tercero, que en los albores del tercer milenio fue declarado el hombre más famoso de la historia.


Carlos Enrique (en español su nombre es tan conocido como en alemán) tuvo una infancia matizada por los cambios de religión, el holandés natal de su madre Henrietta Pressburg, y la algarabía de la prole que llegó en total a siete. Mucho jugó el futuro filósofo con sus hermanas, se cuenta que incluso les metía miedo con narraciones que inventaba.


Pero, seguro que al lado de ese actuar normal en un mozalbete, ya el fornido muchacho destilaba sublimes obsesiones. Solo así se explica que cuando terminó el bachillerato escribiera:


“Si hemos elegido la profesión en la que mejor podemos servir a la humanidad, no nos podrán doblegar las cargas, ya que solo son sacrificios comunes; por tanto, no disfrutaremos de alegrías pobres, limitadas, egoístas, sino nuestra felicidad pertenecerá a millones, nuestras obras vivirán silenciosamente, pero para siempre, y nuestras cenizas serán bañadas con lágrimas ardientes de hombres íntegros.”


Quizá ese texto marque el nacimiento como escritor del hombre que legaría a la humanidad una inmensa obra, aún vigente a los 190 años de su nacimiento. Claro que pensar en Marx solo como un escribidor es restarle la mitad de su empeño existencial: al lado de sus aportes teóricos, junto a Federico Engels en la mayoría de las oportunidades, organizó encuentros, batalló por reivindicaciones obreras, redactó centenares de cartas (¡que no haría ahora con el e-mail!) y tuvo en fin, una rica experiencia práctica de sus elucubraciones.


Matriculado en Derecho en la Universidad de Bonn, terminó estudiando Filosofía en Berlín, pero se doctoró en Jena en 1841 con la tesis "Diferencia entre la filosofía de la naturaleza de Demócrito y la de Epicuro". Y desde entonces abrazó el periodismo, profesión que ejercería por un doble propósito: le facilitaba parte del sustento y le permitía expandir sus ideas en diversas latitudes. Téngase en cuenta que Marx colaboró sistemáticamente con el New York Tribune de EE.UU. sin que nunca pisara el suelo de ese país.


En 1852, desde Londres, felicitándolo por el nacimiento de un nuevo niño, previsoramente le escribía a Weydemeyer:


“¡Magnífico momento para venir al mundo! Cuando pueda irse en siete días de Londres a Calcuta, tú y yo estaremos ya decapitados o dando ortigas. ¡Y Australia, y California y el Océano Pacífico! Los nuevos ciudadanos no acertarán a comprender cuán pequeño era nuestro mundo.”


No tenía idea el descendiente judío de cuánto se avanzaría pasados casi dos siglos de su nacimiento. Sin embargo, el estudio minucioso que hizo del capitalismo aún no ha sido superado por investigador alguno. Tanto seguidores como enemigos tienen la obra económica de Marx ―mucho más amplia que El Capital― entre los textos imprescindibles para entender la sociedad actual.


Llegar a ese grado de sapiencia solo lo consiguió con una dedicación absoluta a los estudios. Por ejemplo, así le contaba a Engels en 1864:


“En estos días, totalmente incapacitado para trabajar he leído las siguientes obras: Fisiología, de Carpenter; ídem, de Lord; Histología, de Kollicker; Anatomía del cerebro y del sistema nervioso, de Spurzheim, y la obra de Schwann y Shleiden sobre la grasa celular.”


O a Siegfried Meyer, en 1871:


“No sé si le comuniqué que desde principios de 1870 tuve que instruirme yo mismo en el idioma ruso, que actualmente leo con bastante fluidez. Todo comenzó cuando me enviaron de Petersburgo la obra más importante del Flerowski sobre la Situación de la clase trabajadora (especialmente de los campesinos) en Rusia y cuando también quise conocer las obras económicas (famosas) de Tshernychewski.”


Ese descomunal conocimiento es lo que ha permitido trascender a la obra de Marx sin que nadie encontrara un dato equivocado o una aseveración falsa. Y, por supuesto, la acerada verdad que clamó y clama por un mundo justo, a partir de las diferencias primigenias que rigen en la sociedad burguesa.


Pero Marx fue también un amante apasionado. El 21 de junio de 1856, le escribía una larga carta a su esposa, amante y compañera de lucha, Jenny de Westfalia:


“Así es mi amor. Al punto que nos separa el espacio, me convenzo de que el tiempo le sirve a mi amor tan solo para lo que el sol y la lluvia le sirven a la planta: para que crezca. Mi amor por ti, cuando te encuentras lejos de mí, se presenta tal y como es en realidad: como un gigante; en él se concentra toda mi energía espiritual y todo el vigor de mis sentimientos.”


Nadie imagina las penurias económicas del hombre que más y mejor ha escrito sobre el dinero. El 8 de septiembre del 52 le escribía a Engels:


“Tengo a mi mujer enferma, a Jennita enferma, a Lenita con una especie de fiebre nerviosa. Al médico no podía ni puedo llamarlo, pues no tengo dinero para medicinas. Hace ocho o diez días que vengo alimentando a mi familia con pan y patatas, y vamos a ver cuánto dura... He tenido que suspender los artículos para Dana (del New York Tribune), por no tener un penique para comprar periódicos. Lo mejor que podría ocurrirme sería que la señora de la casa me lanzase a la calle. Por lo menos, de este modo me vería exento de una partida de 22 libros. Pero, no hay que esperar de ella tanta complacencia. Por encima del panadero, el lechero, el tío del té, el de las hortalizas, la vieja deuda con el carnicero. No sé cómo voy a salir de este atranco. En estos ocho o diez días últimos, no he tenido más remedio que pedir prestado unos cuantos chelines y peniques a obreros, es lo que más odio, pero he tenido que hacerlo para no perecer.”


El padre, que perdió a varios hijos, una incluso, por la miseria en la que vivía, sufrió de manera honda por la suerte de sus vástagos. El 28 de julio, contestándole el pésame, le expresaba a Lassalle:


“Dice Baco que el hombre verdaderamente grande tiene tantos lazos que lo atan a la naturaleza y al mundo, tantos objetos que solicitan su interés que puede fácilmente perder uno sin dolor. Yo no me cuento entre esos hombres grandes. La muerte de mi hijo me ha sacudido el corazón y el cerebro, y sigo sintiendo la pérdida tan vivamente como si hubiese ocurrido ayer mismo. Mi pobre mujer está también destrozada.”


Amoroso y educativo, Marx, mejor Moro como lo apodaron en familia, leyó a sus hijas las mejores obras de literatura infantil. Jugaba con ellas, con la intención de transmitirles cultura y buenos sentimientos. Así lo hizo por 1860, cuando el juego de las confesiones estaba de moda en Londres:


Cualidad que más estima


en las personas: la sencillez


en el hombre: la fuerza


en la mujer: la debilidad


su rasgo distintivo: la voluntad de lograr lo que me propongo


Su noción de la felicidad: la lucha


Su noción de la infelicidad: el sometimiento


Defecto que considera perdonable: la credulidad


Defecto que le inspira la mayor aversión: el servilismo


Su antipatía: Martín Tupper (escritor inglés)


Su ocupación predilecta: rebuscar en los libros


Sus poetas preferidos: Dante, Esquilo, Shakespeare, Goethe


Su prosista preferido Diderot, Lessing, Hegel, Balzac


Su héroe preferido: Espartaco, Kepler


Su heroína preferida: Gretchen


Su flor preferida: la adelfilla


Su color preferido: el rojo


en los ojos y el pelo: negro


Su nombre preferido: Laura, Jenny


Su plato preferido: el pescado


Su máxima preferida: nada humano me es ajeno


Su divisa predilecta: ponlo todo en duda



Fuente: La Jiribilla


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