31 agosto 2010

Una suciedad chiquita


Hay guerras sucias de todo tipo, enormes como la que segó la vida de 30.000 personas inermes a manos de la más reciente dictadura militar argentina. Otras son chicas y, al parecer, el Pentágono habría desatado una contra Julian Assange, el coordinador del sitio WikiLeaks que difundió 75.000 mil documentos internos de las fuerzas armadas que combaten en Afganistán (ver Página/12, 29/7/10). Abundan en informes sobre matanzas de civiles y ejecuciones extrajudiciales, entre muchas otras cosas, y su publicación en periódicos importantes puso los pelos de punta a la Casa Blanca.

Assange, ciudadano australiano que reside actualmente en Suecia, fue acusado de violar a dos mujeres y todo resultó muy extraño. La fiscal María Häljebo Kjellstrand emitió en las últimas horas del viernes 20 una orden de arresto contra Assange en razón de la denuncia de las dos presuntas violadas, que afirmaban que lo fueron en un espacio de tres días. Eva Finné, la fiscal general, anuló la orden 24 horas después por falta de pruebas. Declaró que estaba en curso una investigación por acoso sexual, un delito mucho menos grave que la violación para la Justicia sueca (www.telegraph.co.uk, 22/8/10). Lo mejor vino después.

Una de las dos mujeres dio marcha atrás rápidamente: el domingo dijo al diario Aftonbladet que la sorprendía el cargo de violación propinado a Assange, negó que hubiera violencia en el encuentro que tuvieron y sugirió que, en realidad, habían discutido porque él se negaba a usar condón. En tanto, el ombudsman del sistema judicial ordenó que se investigue cómo se filtró la noticia a la prensa, ya que apenas habían transcurrido minutos entre la emisión de la orden de arresto y su aparición en un tabloide. Según el británico The Guardian, la información habría sido proporcionada por la policía sueca (www.guardian.co.uk, 22/8/10). Curioso, sí.

Assange se apresuró a señalar con el índice al Pentágono, que calificó de “absurda” esa pretensión. “El 11 de agosto –señaló Assange–, los servicios de inteligencia de Australia me advirtieron que debía esperar cosas de este tipo” (news.smh.com.au, 24/8/10). Afinó luego esta imputación: “No tenemos evidencias directas de que esto viene de la inteligencia estadounidense o de alguna otra. Algo podemos sospechar pensando a quién beneficia la historia”. No parece casual que el escándalo estalle ahora: Assange había prometido publicar otros 15.000 documentos secretos de la guerra de Afganistán y ofreció al Pentágono que los leyera antes para borrar todo aquello que podía afectar el curso de la guerra y/o la seguridad de los informantes. El Pentágono se negó: su política es borrar a WikiLeaks de la faz de Internet.

Otra extravagancia. Una de las mujeres afirmó que había conocido a la otra en una conferencia impartida por Assange (www.telegraph.co.uk, 22/8/10). No existen estadísticas sobre el número de violadas que asisten a las conferencias de sus violadores, pero no deben ser muchas. Según The Telegraph, la segunda se acercó a la primera, le confió lo sucedido y logró que ésta la acompañara a la policía para presentar la denuncia. ¿Es que las mujeres que padecen esa bárbara violencia se reconocen a primera vista?

Algo interesante: la entrevistada por Aftonbladet “descartó la idea de muchos teóricos de la conspiración de que las incriminaciones de violación se debían a alguna ‘sucia trampa’ por la actitud de desafío al gobierno de EE.UU. asumida por WikiLeaks. Dijo: ‘Los cargos contra Assange no fueron, desde luego, orquestados por el Pentágono’”. Un “desde luego” que no puede evitar el olor a excusa anticipada. En particular, porque el Pentágono difundió las acusaciones por Twitter con bastante frenesí.

Scott Horton reveló hace meses la existencia de un documento clasificado del Centro de Inteligencia del Ejército que subrayaba la necesidad de no limitarse a anular los servidores y las bases de datos de WikiLeaks: además había que neutralizar a los individuos que operan el sitio (file.wikileaks.org, 15/3/10). En las 32 páginas del informe se nombra a Assange a saciedad, se califica de “acto delictuoso” su labor y se aboga por incoar un proceso que “logre con éxito destruir el centro de gravedad” de WikiLeaks. Ese centro no es otro que Assange mismo.

Las denuncias contra el australiano fueron precedidas de una campaña contra Bradley Manning, analista de inteligencia preso en Kuwait por filtrar a WikiLeaks el video Asesinato colateral. Filmado desde un helicóptero Apache, muestra claramente el asesinato de un miembro de la agencia Reuters y el ataque a quienes acudieron a ayudarlo, entre ellos dos adolescentes que resultaron heridos. Manning es sospechoso de pasar los documentos que Assange difundió y la campaña se centró en su condición declarada de gay. Típico de EE.UU.: es notorio que las noticias, ciertas o falsas, sobre la sexualidad de un político, un candidato, un periodista, pueden acabar con su carrera. Casi le quitan la presidencia a Bill Clinton.

Juan Gelman

Fuente: Página 12


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