Joaquín Torres García
Koldo Campos Sagaseta
Si existiera la justicia, más allá de la burla de la toga y el birrete; si la ética no fuera un mal respingo, por ende inoportuna y nada lucrativa; si los medios fueran independientes y no cautivos de los intereses de sus dueños; si la verdad no estuviera secuestrada tras un código de barras y fuera la dignidad la única propuesta; si los discursos no fueran peroratas y sí compromiso de intenciones; si la impunidad no siguiera amparando a quienes no responden a la vergüenza de sus cargos y son, además, recompensados con cargos sin vergüenza; si este mundo fuera otro, personajes como George Bush, y apelo a la memoria de hasta los desmemoriados, ya habría sido juzgado y condenado.
No importa qué inventario se haga de los cargos, en todos sobresaldría el incumbente: genocidios, terrorismo, éxodos, secuestros, tortura, desaparecidos, robo, estafa, negligencia criminal…
Sin embargo, todos los días nos informan los medios, sin los habituales sarcasmos que acostumbran con ciertos líderes latinoamericanos, que el presidente George W. Bush, en su lucha contra el terrorismo, se dispone a implementar tal o cual medida, como si fuera creíble la citada lucha o mereciera respeto, al margen de su delictiva hoja de servicios, la palabra de un contumaz mentiroso, de un embaucador compulsivo.
Y asistes a través de los medios, sin la criticidad que generosos derrochan cuando aluden a Chávez, por ejemplo, al entrañable recibimiento otorgado al presidente Bush en el Vaticano, al efusivo trato que le dispensara su Santidad y que nadie mejor que Ernesto Cardenal para valorar.
Una ministra española estrecha la mano, durante uno de esos viajes de trabajo a un exótico país africano, de una especie de sultán local acompañado de su harén. Cerrado el negocio y de vuelta a la civilización, la ministra lamenta haber tenido el gesto y alega ignorancia. Pero esa ministra y otros como ella no dudan en regalar la mano o cualquier otro atributo, que mejor me callo, a personajes de la catadura de George Bush o de sus muchos cómplices, sin que les afecte la vergüenza ni tengan que arrepentirse más tarde.
Si este mundo fuera el que dice ser, tal vez, George Bush nunca habría sido posible.
Pero este mundo no es el que soñamos, sino el que padecemos. Y por ello, ciertos personajes como George Bush, igual da el primero que el segundo, siguen dictando los destinos del mundo y decidiendo el bien y el mal.
Son la salvaguarda contra el cambio climático que ellos han provocado, la respuesta adecuada a la crisis que su modelo de desarrollo multiplica; la solución al problema del hambre que sus políticas generan, la garantía de la seguridad del mundo ante la amenaza terrorista que nadie como ellos encarna; la reserva espiritual frente al caos que se avecina y del que ellos, más que nadie, son los responsables. Ellos y quienes desde las sombras, esas que tanto invoca el presidente estadounidense, gobiernan realmente el mundo, su poder y sus finanzas, no desde las cuevas de Tora Bora o cualquier otro confín del planeta, sino desde Wall Street, desde el Pentágono… esos indocumentados que son los verdaderos presidentes por más que nunca vayan a elecciones y que disponen del primer mandatario como si fuera, simplemente, su relacionador público.
Y ahí siguen y ahí están, las voces y los ecos, extendiendo la muerte y el dolor por el mundo en el pleno uso de su ejercicio y ante el aplauso general de los medios.
“El que ignora la verdad es un iluso, pero el que conociéndola la llama mentira, es un delincuente” decía Bertold Brecht para que los grandes medios no ignoren de qué se les acusa.
Fuente: Rebelión
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