27 febrero 2010

A propósito del libro “Trujillo, mi padre”





El llamado “Vampiro de Dusserforl”, cuando encontraba algún rato de asueto y se desentendía de sus habituales crímenes, prodigaba caricias y ternuras a su numerosa familia.

El “Estrangulador de Boston” era un hombre afable, encantador, que una vez terminaba su jornada estrangulando vecinos por los alrededores de su ciudad, corría a arrullar el sueño de sus dulces hijas.

La única foto que se conserva de “El Carnicero de Milwaukee” nos lo muestra sonriendo durante una Nochebuena, rodeado de sus hijos y nietos en enternecedora y cristiana estampa.

Jack el Destripador, siempre que degollaba a alguna mujer en Navidad, tenía por costumbre tararearle un villancico mientras le hundía la hoja en la garganta.

“El asesino de la Cruz Roja”, célebre por haber dado muerte en Estados Unidos a no pocos adolescentes, incluía en su álbum familiar fotos de sus víctimas y hasta les celebraba sus cumpleaños.

El ganster Frank Nitti, conocido como “El Ejecutor” y principal matarife de la mafia de Chicago, una vez terminaba su trabajo, regresaba a su casa cargado de regalos para sus hijos y flores para su esposa.

Al Capone era tan considerado y respetuoso con la institución familiar que cada vez que asesinaba a un padre de familia, en el momento de apretar el gatillo cerraba los ojos para no verlo.

Y sí, Rafael Leónidas Trujillo era muy cariñoso con su familia. De hecho, nada le complacía tanto como que su amorosa hija menor adornara con flores la solapa de su chaqueta… pero los dominicanos, los haitianos, la humanidad, no lo recuerdan por esos tiernos y cálidos detalles.

Es por ello que el mismo derecho que tiene la hija en recordar al padre, lo tiene el país en no olvidar al sátrapa. Y en consecuencia, a desalojarlo para siempre de la vida pública dominicana, y no sólo de un hotel por motivo de la exhibición de un infame libro; también de las conductas, de los criterios, de las maneras e instituciones en la que sigue vigente, cincuenta años más tarde, su repugnante y criminal legado, incluyendo el Palacio Nacional.

Koldo Campos Sagaseta

Fuente: Rebelión


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