04 noviembre 2008

SALGADO





Estas fotos te miran.

Sus personajes son personas

que te miran.


Parecen más muertos que vivos, fantasmas exóticos brotados de un desierto de espinas que no es de este mundo ni de este tiempo. Pero te miran, y calladamente te interpelan. Dicen: Tu mundo es también mi mundo, tu tiempo es también mi tiempo.Prisioneros de la sequía y de la guerra, castigados como su paisaje, ellos esperan. Esperan que pase algo, que pase alguien.


Eduardo Galeano

Fotografías: Sebastião Salgado


En el Sahel, donde hace veinte años realizó esta obra de trágica grandeza, Sebastião Salgado cambió de profesión. Era economista, se hizo fotógrafo. Y cámara en mano, se lanzó al camino. Anduvo mucho, por todas partes.

Alguna vez llegó a una mina abandonada, allá en lo hondo de la Guayana francesa, que ni cementerio tenía, porque ni los muertos habían querido quedarse. Y encontró a un viejo, un sobreviviente, que seguía escarbando la arena en busca de oro. Sentado bajo un árbol más viejo que él, revolvía la batea.

Había venido hacía medio siglo, quién sabe de dónde.

—Mi mujer es muy linda –dijo.

Y mostró a Salgado una foto borrosa y rotosa.

—Me está esperando –dijo.

Ella tenía 20 años. Tenía 20 años desde hacía medio siglo, quién sabe dónde.

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La historia viva de la mayoría de la humanidad es, también, una foto borrosa y rotosa.

Salgado le ha devuelto luz y plenitud. Una cámara consagrada al rescate de los olvidados: desde Sahel en adelante, Salgado ha hecho la crónica del naufragio universal. No se ha ocupado de los navegantes, sino de los náufragos, los arrojados por la borda en el viaje del mundo, que son mucho más numerosos. Ellos, los ignorados de siempre, vienen del mismo barco, y el artista quiere que se sepa: “No hay cámaras allí –dice–. Por eso voy”.

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Nada que ver con el turismo de la miseria, las imágenes del infortunio ajeno que alimentan a la sociedad de consumo brindándole consuelos y coartadas. Salgado no fusila a los desamparados: les rinde homenaje. No fotografía a traición, desde lejos, disparando con teleobjetivo. Se mete en la realidad que elige, o que lo elige, su realidad del Sur, y la comparte. Fotografía desde cerca, desde adentro.

Alta belleza tiene su obra. La belleza, ¿maquilla el horror? ¿Miente el horror, para hacerlo digerible? “La belleza –dice el artista– proviene de las personas que encuentro. Ellas son las que me regalan esas imágenes.”

No hay maquillaje ni mentira: Salgado revela el secreto resplandor de la dignidad humana, que fulgura dentro de la oscuridad. La calidad estética de sus fotografías, nacida del respeto, celebra esa porfiada belleza de los condenados del mundo.

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Aquella aventura iniciada en el Sahel continuó después en grandes obras, de largo aliento.

La más reciente es la que dedicó al tema de la emigración.

No son libres los caminos del éxodo humano.

En inmensas caravanas, marchan los fugitivos de la vida imposible. Viajan desde el sur hacia el norte y desde el sol naciente hacia el poniente;; vienen desde la orilla latinoamericana del Río Bravo, desde la orilla africana del mar Mediterráneo y desde otras orillas del oriente del mapa.

Les han robado su lugar en el mundo, han sido despojados de sus trabajos y sus tierras.

Muchos huyen de las guerras, pero muchos más huyen de los precios de ruina y de los salarios de hambre. Abandonan sus suelos extenuados, sus bosques arrasados, sus ríos envenenados. Los desterrados de la globalización peregrinan inventando caminos, queriendo casa, golpeando puertas: las puertas que se abren, mágicamente, al paso del dinero, se cierran en sus narices. Expulsados, rechazados, prohibidos, millones de parias deambulan por el mundo.

En cuarenta países, durante varios años, Sebastião Salgado ha fotografiado esta tragedia de nuestro tiempo. Son trescientas imágenes. Y las trescientas imágenes de esta inmensa desventura humana caben, todas, en un segundo. Suma solamente un segundo toda la luz que ha entrado en la cámara, a lo largo de tantas fotografías: apenas una guiñada en los ojos del sol, no más que un instantito en la memoria del tiempo.

Fuente: Brecha








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